Una vez que el traspaso de poderes en EEUU no ha dado lugar a más conflictos en Washington, parece un buen momento para repasar algunas explicaciones del asalto al Capitolio que han aparecido en la prensa española. Además de los delirios de la fachosfera, que atribuye el acto a una conspiración de la extrema izquierda, llaman la atención las referencias a una turba engañada por la demagogia de Trump o a una mezcla caótica, inabarcable e incomprensible que habría podido ser dirigida hacia cualquier lugar por cualquier líder lo suficientemente hábil, fuera de izquierdas o de derechas.

Estas propuestas son un ejemplo de la distancia que existe entre cierto periodismo y los avances de las ciencias sociales en el último siglo. Desde que a mediados del siglo XX la historia social europea dirigiera sus estudios hacia las clases populares, pudimos conocer de cerca los rostros de la multitud. Los archivos policiales o judiciales pusieron al descubierto no solo sus datos personales, sino también su forma de expresarse o de entender el mundo. Hasta entonces los conflictos sociales habían sido tratados por los historiadores burgueses con desprecio o, en el mejor de los casos, de forma condescendiente.

Las turbas violentas de los motines de subsistencias, los destructores de máquinas o los trabajadores de las revoluciones populares de toda Europa aparecían enloquecidos, actuaban de forma irracional y su ignorancia les hacía despreciar el progreso, identificado con la industrialización y el liberalismo. Cuando el movimiento obrero avanzó y organizó la protesta de otra forma (asociación, petición, huelga), pasaron a ser personas engañadas por la propaganda socialista, que les apartaba de sus obligaciones cotidianas: trabajar, obedecer y ahorrar. La historia social desmontó estos argumentos demostrando que las clases populares tenían memoria y su cultura popular no era meramente folclórica, sino muy rica en tradiciones de rebeldía y regida por principios morales distintos a la ideología liberal. No actuaban entonces de forma impulsiva y desenfrenada, sino de acuerdo a unos valores que fueron la base de la formación de su conciencia de clase durante la industrialización.

Como la mayoría de estos estudios fueron realizados por historiadores militantes, muchos de ellos marxistas o pertenecientes a partidos comunistas, la historia social tardó algo más en abordar hechos tan importantes e interesantes como los movimientos contrarrevolucionarios (carlismo, sindicalismo amarillo, fascismo), cuyos primeros estudios arrojaban conclusiones muy parecidas a las de la historiografía burguesa con respecto al movimiento obrero: eran gentes incultas, aisladas geográficamente y muy influenciables por poderes superiores como la Iglesia, los patronos o los militares, sobre las que no resultaba muy difícil situarse en un plano de superioridad cultural e ideológica. Por eso tuvo mucha relevancia el camino de la historia social hacia la de los movimientos sociales, ya que permitía analizar sin prejuicios todo tipo de acción colectiva. En este sentido, por ejemplo, la fascinación por el culto al líder en los análisis sobre el nazismo se acompañó de estudios sobre la evolución del voto, sobre el impacto de la crisis del 29 en las clases medias alemanas o sobre el antisemitismo como un rasgo de la cultura popular europea muy anterior al período de entreguerras. De modo que el apoyo a Hitler no fue consecuencia de la persuasión o del terror que inspiró, sino de una serie de decisiones racionales que fueron tomadas por millones de personas con el fin de revertir las cláusulas de Versalles para salir de una crisis sin precedentes, aun sabiendo que la democracia corría peligro y que el proceso traía consigo fuertes dosis de violencia.

Las ciencias sociales no deberían servir solo para reflexionar sobre el pasado, sino también para explicar fenómenos en proceso de formación y ante los cuales todavía estaríamos a tiempo de reaccionar. Si sabemos que muchos de los asaltantes al Capitolio eran blancos, racistas, antisemitas y situados en los márgenes de un Estado cada vez más ausente, ¿qué sentido tiene relativizarlo, negarse a explicarlo o intentar confundir a la ciudadanía sobre la naturaleza de dichos movimientos? ¿Se está intentando esconder su relación con un proyecto neoliberal cuyo compromiso con la democracia habría quedado en entredicho?.