El Gobierno del PP parece haber cogido la costumbre de amargarnos las fiestas. Lo hace con natividad y alevosía. Nos amarga tanto con hechos como con palabras, y la verdad es que no sabría decir qué es peor, porque si bien los hechos son implacables, las palabras son lamentablemente desesperanzadoras. Esta curiosa costumbre se inició hace dos años, también apenas pasada la Navidad, con aquella terrorífica comparecencia de los dos ministros económicos y la vicepresidenta del Gobierno, que como si fueran el trío calavera nos anunciaron el más negro panorama de recortes y subidas de impuestos como quien canta un corrido. Pero lo peor aún estaba por llegar, y lo ha hecho este año recién terminado.

Como si no fuera suficiente con las leyes de los ministros Wert, Fernández y Gallardón, la negativa a cualquier diálogo sobre la consulta, el despropósito de la tarifa eléctrica y el anuncio de la congelación del salario mínimo, lo último que podíamos imaginar es que el presidente del Gobierno, aquel que hasta ahora se protegía tras una pantalla de plasma, convocaría una rueda de prensa para decir que todo va bien y que este 2014 la cosa irá mejor. Con la credibilidad que tiene el personaje en cuestión, no puede haber peor noticia para empezar el año que Rajoy queriéndonos dar una buena noticia. De entrada, porque su discurso triunfalista y de autobombo está fuera de lugar, es un insulto a la inteligencia y una muestra de insensibilidad hacia todos aquellos que están sufriendo la crisis y que sufrirán aún más la poscrisis, si es que es verdad que este año se acaba.

Porque esto ha sido lo que más me ha jodido: ahora que había empezado a dar crédito a los pronósticos que auguraban el fin de la crisis para este año, ahora que lo ha dicho él no es que dude, no, es que ahora ya sé seguro que no será así.

Periodista