Hay en la cultura de las ciudades cosas buenas y malas. Los bares es de las buenas. Ocio, esparcimiento, convivencia y escenarios de manifestaciones vitales de la gente que nos reflejan como mediterráneos, españoles, o lo que sea. Hay otra que es terrible: nuestra afición al ruido, al griterío, al volumen extremo, a la reacción primaria elevada a la máxima potencia. Y eso ocurre en la calle, en la política, en el fútbol..., y en los bares. El debate, por llamarlo algo, suscitado al clausurar la policía local de ZGZ el equipo de sonido de La Campana de los Perdidos supone una estupidez política y un desconocimiento cultural de la ciudad tan grande como el hecho de permitir cientos de infames garitos ilegales y sin sentido soportados a duras penas por vecinos indefensos. La ley es mala y antigua y el ayto, uno tras otro, no se atreve a acometer de una vez la reorganización legal y real de los garitos y las zonas. Pero otra cosa es emprenderla con un local que se ha caracterizado por apoyar a músicos, actores, magos, poetas y sedientos de palabras y disfrute. O una ciudad cuida sus viveros de artistas y placer pero arrambla con la mierda de los bares ilegales y las zonas de horror o no se está enterando de nada. *Periodista