Muchos no estarán de acuerdo: sostengo que el ruido aunque inherente por desgracia, a la vida cotidiana, es una necesidad que debemos soportar o mera incivilidad que deberíamos combatir. Mientras escribo estas líneas, escucho el zumbido de una moto que pasa estrepitosamente; el que la conduce no piensa igual. Pero ¿cómo podría paliarse al menos, el ruido dispensable? Pues difícilmente porque pueden ser mayoría, los amigos del ruido sin el que se sienten solos. Los poderes públicos lo saben; saben también que no deberían permitir tanto como se permite en materia de estridencias, pero no desconocen tampoco, que dado el número y la edad de los más chiquichaques, emplean con ellos una tolerancia vergonzante; hay una especie de amparo público del ruido.

El asunto es preocupante pero carece de solución radical. Lo que detona, afirmaba Eugenio DIOrs, enferma las ideas y la enfermedad de las ideas se traduce a su vez, en detonación; los ayuntamientos en general, suelen ser cooperadores necesarios, por acción o por omisión, cuando no son autores materiales del entorno sonoro que nos mantiene sitiados.

Se entiende mal esa divergencia manifiesta entre lo que suele decir cualquier autoridad implicada ("hay que acabar con el ruido") y lo que realmente procura para disminuirlo que es bastante menos. Falta afición al silencio que es como respetar a los demás. "De esta manera se lamentaba Sancho Panza y su jumento le escuchaba sin responderle palabra alguna

Me parece indispensable y sería más eficaz que el esfuerzo de doble sentido que hacen las autoridades concernidas y que sencillamente, no vale en este asunto, para nada. Es generalmente, cómo apalancar con un churro.