Hay que irse cuando las cosas van bien, cuando nadie te lo pide y cuando lo dejas en buenas manos. Así de sencillamente justificó Amado Franco Lahoz hace pocos días, el 24 de febrero, su renuncia como presidente de Ibercaja o, dicho de otra forma, la más que merecida jubilación del hombre clave en el sector financiero aragonés durante los últimos y complicados treinta y tantos años.

Subrayo lo de la sencillez para resaltar el contraste con el alboroto y la aparatosidad de tantos banqueros a los que se elogia con tanta desmesura como poco motivo. ¿A cuántos Magos de las Finanzas hemos visto acabar haciendo el paseíllo, de juzgado en juzgado? ¿Cuántos miles de millones nos han costado sus hazañas financieras, sus delirios de grandeza y hasta cierta tendencia a la cleptomanía en bastantes de ellos? Mucho ruido y pocas nueces, sería una expresión que los definiría muy justamente. He aquí sin embargo a un hombre que, sin hacer ruido, discretamente, ha conseguido llenar de nueces a la primera entidad bancaria aragonesa incluso en tiempos en los que generalmente se cosecharon calabazas y fracasos.

Los medios de comunicación se han encargado estos días de repasar la trayectoria profesional (nada menos que cuarenta y siete años) de Amado Franco y los diversos cargos que ha desempeñado con eficacia. Si en el mundo del fútbol se conoce como One-club man a un jugador que permanece fiel durante toda su carrera a un solo equipo, y ese término lleva añadidos valores como la honradez, el esfuerzo, la calidad y la ejemplaridad, el reciente jubilado es el One-club man por excelencia de Ibercaja desde antes que la entidad se llamara así. Y diría algo más: sobre sus espaldas ha recaído buena parte de la responsabilidad de que haya permanecido durante todo este tiempo en los puestos de arriba de la Primera División, cuando tantos otros clubes de campanillas han descendido de categoría o han desaparecido.

Yo creo que hay un momento clave en la historia de Ibercaja, lo que podríamos llamar el principio de su Edad Contemporánea, en el que ese papel resultó tan callado como fundamental para el futuro de la entidad. En 1987, cuando se gestaba la Ley de Cajas aragonesa, varios diputados insistimos en que se tramitase como proyecto de ley para que fuera debatido en las Cortes de Aragón, pero el consejero José Antonio Biescas decidió tramitarlo como decreto-ley, un decreto cuyo contenido solo conocía el propio consejero, que había negociado exclusivamente con algunos «expertos» y que fue ratificado sin debate. El resultado fue que se puso en bandeja a la zorra para que entrara en el gallinero (a buen entendedor…) lo que hizo inútiles los acuerdos tejidos entre José Enrique Rodríguez Furriel (AP) y Luis García Nieto (PSOE). De que no hiciera mucho estropicio entre las gallinas se encargó el hombre que había sustituido a Sancho Dronda en la dirección general de una entidad que estaba en banca rota y tutelada por el banco de España: Amado Franco. Excedería los límites de este artículo enumerar las mil y una escaramuzas que se sucedieron durante esos años, pero baste decir que la discreta eficacia del joven (poco más de 40 años) director general permitió llevar el barco a buen puerto a pesar de las borrascas. Es ese un servicio prestado por Amado Franco que, a mi juicio, no es suficientemente conocido y, por lo tanto, no se le ha agradecido suficientemente.

Sí se le han reconocido otros méritos. La expansión de Ibercaja (1987-1999) hasta alcanzar una implantación nacional mientras duplicaba en ese periodo el volumen de su actividad. La prudencia y sentido de la anticipación con la que actuó antes del estallido de la burbuja financiera, con medidas como el freno a los créditos a promotores, que permitieron a la entidad salir menos dañada del terremoto financiero en el que la mayoría del sector se pilló los dedos. O, más recientemente, la absorción de Caja3 (el conglomerado que formaron CAI, Círculo de Burgos y Caja Badajoz). La absorción permitió salvar las consecuencias de una pésima gestión de la CAI, cuyos dirigentes se enfrentan ahora a responsabilidades penales, y lo mejor de todo es que eso haya sido todo lo que ha aflorado sobre esa gestión porque, discretamente, Amado Franco supo neutralizar y acallar otros efectos de ella que hubieran sido muy nocivos para las cajas y para la sociedad aragonesa de haber aflorado. Y, claro está, haber superado la reestructuración del sector financiero sin tener que recibir ayudas públicas directas: solo cuatro de los bancos nacidos de las cuarenta y cinco cajas que había antes de la crisis pueden decir lo mismo. Una trayectoria que, a la hora de la despedida, deja a Ibercaja en la octava posición entre los grupos bancarios españoles.

Con todo lo que nos separa ideológicamente, siempre he tenido la impresión de que Amado Franco y yo viajamos en el mismo barco y queremos llevar la nave al mismo puerto. Él situado a estribor, y yo a babor, el desde su alta responsabilidad, y yo modestamente en las mías, pero en el mismo barco y con el mismo rumbo. No es casualidad que le pidiese, y él me hiciera el honor de aceptar mi petición sin importarle mis escasos conocimientos de Economía, un prólogo para el libro que publiqué hace unos años sobre la banca pública, en el que proponía un debate político sobre ese tema. De ello me sigo enorgulleciendo. Algun critico dijo, que lo mejor del libro era el prólogo…

En un mundo financiero cargado de egos inflamados, a menudo sin causa, no es sencillo encontrar figuras como la de este hombre que cierra una larguísima, brillante y fructífera etapa de la primera entidad financiera aragonesa diciendo simplemente que, ya que no pudo disfrutar de los hijos, quiere disfrutar de sus cuatro nietos. Recuerda al ejemplar comportamiento que el poeta Kavafis atribuye al rey Demetrio que, al término de su reinado, se quitó sus vestiduras de oro y se despojó de sus sandalias de púrpura, se puso apresuradamente ropas vulgares y se fue. Comportándose como un actor que, cuando el telón cae, cambia sus vestiduras y hace mutis. Una jubilación francamente merecida, sí.

*ATTAC Aragón. Exdiputado del PSOE