El pulso entre Sánchez e Iglesias colma el marco político. Tendida al sol de julio, la imagen resulta febril, incandescente: la izquierda española jugando a la ruleta rusa a las puertas de la Moncloa. Sánchez mete la bala en el tambor del Colt Python y lo voltea. Traga saliva y se infunde ánimo. Piensa en el declive de Podemos y en la fragilidad de Iglesias. El líder morado se expone a una calamidad si provoca un adelanto electoral, flexiona el índice sobre el gatillo. ¡Clic!

Iglesias empuña ahora el revólver, lo carga y hace girar el tambor. Parpadea, se da valor e invoca el pavor de Sánchez a perder el Gobierno tras una nueva cita electoral. Imagina al líder del PSOE incapacitado para formar mayoría. O dependiendo de nuevo de los morados por más que estos hubieran podido adelgazar y los socialistas engordar. Coge aire y presiona el gatillo. ¡Clic!

Es el turno de Sánchez. Evoca el Dragon Khan de la Generalitat tripartita de Maragall y Montilla e imagina su propio Gobierno enloquecido por el chirrido estridente de un relato doble. ¡Clic!

Iglesias de nuevo. Bala adentro. Inspiración. El fiasco de la oposición frontal al PSOE, la escisión errejonista, la estéril colaboración con el Gobierno de Sánchez, las heridas en su liderazgo..., todo eso le puebla la mente. Solo ve un modo de tratar de recuperar fuerzas: entrar en el Ejecutivo. Doble inspiración. Párpados cerrados. ¡Clic! Y el Colt Python vuelve a manos de Sánchez.

El electorado de izquierdas recuerda su comprometida movilización de abril mientras asiste entre incrédulo, alarmado y malhumorado al temerario desafío. La derecha, débil aún tras la debacle de la primavera, acaricia un dulce sueño: está sentada delante de casa cuando pasa por delante el funeral del adversario. Verano español.

*Periodista