Cuando se decretan sanciones económicas contra un país surge repetidamente la pregunta de si las medidas de castigo son efectivas, al margen de que siempre cabe la posibilidad de represalias contra los países sancionadores, como han descubierto a su pesar los agricultores españoles productores de fruta de hueso que exportan a Rusia.

El politólogo François Heisbourg asegura que el resultado de las sanciones nunca es inmediato. Sin embargo, las tres tandas de sanciones decretadas por la UE y EEUU desde que Moscú se anexionó la península de Crimea algún efecto están ya teniendo. El primer ministro ruso, Dimitri Medvedev, avisaba la pasada semana, tras la imposición por Bruselas del último paquete de castigo a los sectores bancario, de defensa y del petróleo, que el presupuesto del 2015 deberá tener en cuenta "las consecuencias negativas" de las sanciones occidentales.

Incluso el mismo Vladimir Putin ha planteado un aumento de impuestos como el IVA o el IRPF, que deberá aprobar el Parlamento. Hay expertos que avisan de que el castigo impuesto a Moscú puede causar una recesión.

EL SISTEMA financiero de Rusia es muy vulnerable, advierte el profesor Serguei Guriev. El gran capital ruso está en el extranjero. La aventura de Crimea, así como el conflicto con Ucrania, está bebiendo enormes recursos y hace que en las cuentas del Estado se haya superado el déficit previsto.

Comparado con los tiempos agónicos del comunismo, el consumo familiar se ha duplicado. Este crecimiento se debe mayormente a la integración de Rusia en una economía globalizada. Pero la actual crisis demuestra que esta economía tiene sus límites, tanto para la Rusia castigada por Occidente como para los países represaliados por Moscú.

PUTIN GOZA de una popularidad que la anexión de Ucrania ha situado en el 80%. Dentro de un mes habrá elecciones municipales en Rusia. Quizá sea pronto para ver si el resultado refleja una merma de capacidad adquisitiva de los consumidores y si eso se traduce en una percepción menos positiva, por parte de los rusos, de su presidente.

Mark Leonard, director del European Council on Foreign Relations, escribía hace pocos días que el enfrentamiento entre Rusia y Occidente apuntaba al fin de la globalización y recordaba una predicción de Edward Luttwak hecha tras el fin de la guerra fría y que en su momento parecía totalmente fuera de lugar. El estratega militar estadounidense desmentía el optimismo de quienes consideraban evidente que el comercio y la interdependencia pronto eclipsarían la guerra.

Según Luttwak, aunque el capital reemplazaría a la potencia de fuego como arma de presión y la penetración del mercado jugaría el papel que las bases y los cuarteles habían jugado antes, la fuerza motriz de las relaciones internacionales sería el conflicto más que el comercio. En palabras del estratega, tendríamos "la gramática del comercio, pero la lógica de la guerra". Y en las de Leonard, "la interdependencia, que había sido una bendición económica, se ha convertido también en una amenaza". Y esto vale tanto para Putin como para los agricultores españoles o los de Polonia.

Periodista