La suma de la caída del precio del petróleo y la crisis de Ucrania proporcionan un resultado letal para el presidente ruso Vladimir Putin que se tradujo ayer en el aumento del tipo de interés del 10,5% al 17%. La drástica medida no evitó el desplome del rublo que ya ha perdido el 50% de su valor en relación al dólar en la peor caída registrada desde 1998, mientras ha reaparecido el fantasma de una inflación galopante y la recesión llama a la puerta. Cuando dos tercios de las exportaciones son de petróleo y gas y el precio del primero cae en el mercado internacional, Rusia tiene un problema. Cuando la anexión de Crimea y la intervención en el este de Ucrania, además de pasar una factura real muy elevada, concita la imposición de sanciones internacionales, Rusia tiene un problema. Cuando el desarrollo del país reclama a gritos una serie de reformas estructurales y de diversificación de una economía vulnerable con nuevos sectores productivos y estas no se hacen, Rusia tiene un problema porque no genera confianza y en vez de atraer a los inversores los ahuyenta.

OSTRACISMO INTERNACIONAL

Putin ha basado su poder en un doble compromiso, el de devolver la grandeza a una Rusia que se considera humillada por Occidente tras el fin de la Unión Soviética y el de asegurar la prosperidad a los rusos evitando una repetición del caos económico y financiero que soportaron en los años 90 bajo la presidencia inestable (en todos los sentidos) de Boris Yeltsin que desembocó en la crisis de 1998. Entonces, el precio del petróleo había caído, el rublo se había desplomado y hubo impago de la deuda. El primer compromiso ha llevado a Putin al ostracismo en la escena internacional. El segundo ha saltado por los aires en lo que parece una repetición de lo que el dirigente ruso quería a toda costa evitar.

El presidente ruso insistirá ahora en que Rusia es víctima de un complot orquestado por Occidente, pero lo cierto es que fiar el crecimiento a la simple bonanza de los precios de los recursos energéticos demuestra una gran falta de estrategia. Esos tiempos de bonanza se han acabado por el momento y el consenso que se consiguió hace 14 años con una ciudadanía que estaba exhausta puede estar también llegando a su fin. Efectivamente, Rusia tiene un problema y se llama Vladimir Putin.