Al día siguiente de la arrolladora victoria de Pedro Sánchez en las primarias internas, el PSOE dispone de nuevo de un liderazgo legitimado por las bases pero aún contestado por el aparato orgánico casi en pleno. De los pasos que den tanto el equipo del ganador como sus detractores hasta el congreso federal de junio dependerá que el partido pueda abrir de verdad una nueva etapa, marcada por la cohesión y la moral de victoria, o que se precipite otra vez en el pandemónium de rencillas y traiciones que detonó su implosión.

Sánchez tiene a su favor la rotundidad de su triunfo, con más del 50% de los votos y diez puntos más que la candidata oficialista, Susana Díaz. Pero ni el aplastante recuento de votos ni la épica de David contra Goliath le bastarán para edificar un nuevo PSOE. Si, como aparenta, las penalidades de los últimos tres años lo han hecho madurar psicológicamente, el secretario general electo no debería repetir los errores que cometió cuando lo era en ejercicio. Dar rienda suelta a las ansias de revancha que puedan albergar sus partidarios, humanamente comprensibles pero a todas luces contraproducentes, supondría dilapidar el capital político otorgado por la militancia. Los liderazgos se ganan en las urnas, pero se forjan en el día a día. Es la hora de la magnanimidad, la integración y el pragmatismo. De suturar las heridas y recobrar las confianzas personales perdidas. De tender la mano sin pasar factura por unos enfrentamientos pasados que, de reeditarse en el futuro, sellarían el acta de defunción de un partido más que centenario.

Pero tan importante como saber ganar es saber perder. Tras la gélida reacción de la noche del domingo, achacable al impacto emocional de la derrota, la presidenta andaluza y los barones que la respaldaron deben poner también lo mejor de sí mismos para zanjar una guerra que ha desangrado al PSOE. A todos ellos les ha pasado factura en sus territorios el golpe de mano de octubre en el comité federal y la abstención que posibilitó la investidura de Mariano Rajoy. Despreciar el clamor de las bases tachándolo de populista es un lujo que quizá pueda permitirse algún escriba, pero no un dirigente democrático.

Primero Sánchez, y luego Díaz y Patxi López, deberán demostrar altura de miras y anteponer el interés del país y del partido a los egos y los ajustes de cuentas.