Cuando éramos críos, en la escuela, nos decían que el saber no ocupaba lugar como forma de estimular el conocimiento. Con los años vemos que la multitud de cuestiones y preocupaciones, se nos amontonan y se pierde capacidad retentiva. Los asuntos se acumulan y se les dedica un tiempo relativo, con criterio económico, el coste de oportunidad: valorar el tiempo utilizado respecto a los resultados esperados.

En la agenda política, la información y el tiempo dedicado a conseguirla y a la propia acción colectiva es fundamental. En la esfera individual se pondera mejor el esfuerzo realizado con los resultados obtenidos. En los asuntos colectivos, cuyas consecuencias afectan a una colectividad, nuestra dedicación es más limitada y en muchos casos nula, con la esperanza de que otros, más motivados o responsables, resuelvan nuestros problemas. Los aprovechados y gorrones en la política son legiones.

CON ESTA PERSPECTIVA de tiempo y recursos limitados, nuestra dedicación y preocupaciones sobre los asuntos públicos requieren establecer prioridades. La importancia de los temas seguramente se va a medir en función de cómo repercuten en la vida personal de los individuos, entendida no solo en el aspecto material sino en la concepción y percepción del individuo de cómo debe organizarse una sociedad y de cómo vive y se desenvuelve en ella.

¿Cuáles son esas cosas importantes que exigen nuestros afanes? De aquellos años estudiantiles del franquismo, recuerdo una frase de Mao que planteaba de dónde venían las ideas correctas: "De la práctica social y de la lucha de clases", decía. Hoy no hay maoístas ni en China pero abundan mucho los metafísicos, chamanes y aprendices de brujo, aquellos que abstrayéndose de la realidad más cercana y de los problemas económicos y sociales más agudos, se sacan problemas y conflictos, y los atizan que es peor, donde no existen, tratando de marcar los pasos del conjunto de la sociedad con sus fantasías y sin valorar las consecuencias de esa actitud. Esto vale para los que se inventan una nación y reescriben una historia falsa, por supuesto en la que los ciudadanos estarían en el paraíso (república catalana de ciudadanos felices), y vale también para el actual asunto de monarquía/república, ignorando las actuales circunstancias económicas, sociales y políticas que más preocupa, y sobre todo sufre, la ciudadanía. Es decir, ignorando la práctica social y la lucha de clases, las del siglo XXI.

En estos tiempos, un cargo hereditario es un anacronismo sin matices, pero una sociedad tiene una capacidad limitada de atender problemas y asuntos y unos son más importantes que otros y todos a la vez no se pueden afrontar. Las prioridades, por otra parte son tan claras en estos momentos, que las cuestiones nacionalistas o republicanas no son más que señuelos que, parafraseando a Marx, lanza la burguesía para distraernos de los problemas fundamentales y no nos los debe dictar ningún ayatolá sobre qué es lo bueno y qué es lo malo, lo qué debemos o no debemos hacer. Cierto que una idea simple permite sumar apoyos de las personas menos reflexivas y, por cierto, menos motivadas, desinteresadamente, con la acción colectiva, y en ese sentido, es tentador eso de "todo vale para el convento", pero el esfuerzo de las fuerzas honestas que persiguen una transformación más justa de la sociedad deberían seleccionar los tres o cuatro problemas fundamentales de nuestra sociedad y ganar la hegemonía social con eso.

No estamos en la monarquía podrida de 1931, aunque haya cacerías de elefantes, como para situar este asunto en una agenda política que debería empezar por la crisis económica, el desempleo, los paraísos fiscales, los poderes fácticos, banca e iglesia, el nacionalismo alemán y su política en la Unión Europea, entre otros. Ahí hay tajo, no nos despistemos.

Profesor de la facultad de Ciencias Socialesy del Trabajo de la Universidad de Zaragoza