Con la de millones de noticias que se generan cada día, solo unas pocas, a veces, logran emocionarnos. Y de entre los miles de fallecimientos que suceden a diario, muy escasos son los que nos conmueven. Creo acertar si digo que la repentina muerte de Luis Aragonés nos ha destartalado la mañana. Ha supuesto una bofetada de emoción, porque su figura contenía todas aquellas cosas que nos han hecho felices: el éxito deportivo.

Por eso los programas de radio se encendieron de elogios a su persona. Dicen que era un tipo controvertido, difícil, arisco, pero honrado, honesto, divertido y que "iba de cara", una virtud ésta, que cuando existe brilla como un fogonazo. Ir de cara en estos tiempos puede abrirte los corazones de la gente, pero cerrarte las puertas de la oficialidad.

Era el sabio de Hortaleza bronco y enérgico, pero poseía el don de la comunicación. Cuenta Xavi Hernández que cuando no te alineaba te lo soltaba a la cara y te explicaba que no te lo merecías. Esas son formas pedagógicas que no acabamos de aprender. Si miro al frente, a la pared de la política, me encuentro el revés de la moneda: la nada; personajes oscuros, siniestros pillos, oradores sin lecturas, comunicadores con dotes de charlatanes. El reciente Congreso del PP puede ser la muestra más palpable de lo que digo. Gentes que viven en una burbuja y creen que pertenecen al pueblo. Al pueblo pertenecía Luis Aragonés, que logró cambiar la historia de España con su intuición. Es imposible olvidarle. Pertenece a la galería de los ilustres.