«Hola, soy Javier García, capellán del hospital Royo Villanova». Así empieza un vídeo que ha enviado este sacerdote por las redes sociales, en el que junto a su compañero Roberto Aguado, capellán del Miguel Servet, nos pide difusión a todos sobre lo siguiente: en Zaragoza, en todos los hospitales, hay sacerdotes a nuestra disposición. Es un derecho que tienen todos los enfermos y sus familias. Basta con solicitarlo en el control de enfermería o en Atención al paciente para que el capellán acuda a visitar al enfermo para lo que necesite. Así lo dicen: para lo que necesite. Como si es hablar solamente, digo yo. El vídeo, amateur, se ha grabado con un palo selfi y los dos sacerdotes posan con la cara tapada por mascarillas artesanales (una verde quirúrgico, la otra blanca) y de fondo suena cristalino el canto de los pájaros.

Como el tema me interesó, he buscado y encontrado fotos de sacerdotes en hospitales, posando junto al personal sanitario, vestidos con todo el equipo de aislamiento, alegrándose de las altas y doliéndose de las bajas. Independientemente de las creencias religiosas de cada uno, es necesario reconocer la labor de este colectivo, que está a disposición de quien necesite auxilio espiritual, o simplemente compañía.

A nadie se le pide la partida de bautismo, a nadie se le exigen credenciales de católico practicante. Lo cuento porque hablamos de la gente que muere sola, una de las facetas más crueles de esta pandemia. Por eso, este vídeo tan naif, en el que García y Aguado recuerdan que están ahí, que siempre lo han estado, pero que tal vez ahora su presencia cobre una importancia capital, merecía tener la repercusión que desde esta columna pueda modestamente alcanzar.

*Periodista