En otro de los golpes de audacia que le caracterizan, el papa Francisco envió hace un año a las diócesis de todo el mundo una encuesta con 38 cuestiones sobre los problemas espirituales de las familias en la actualidad. No eran preguntas sobre el sexo de los ángeles, sino sobre cuestiones muy concretas: divorciados, madres solteras, homosexualidad, sacerdotes casados, drogas, abusos, redes sociales... La multitud de respuestas llegadas al Vaticano, reunidas en un documento, conforman el guión sobre el que trabajarán los cerca de 200 obispos reunidos en Roma para debatir los retos de las nuevas formas de familia. La importancia de este sínodo, sin embargo, va más allá del aspecto doctrinal. La cumbre romana será también una prueba de fuego para los aires reformistas del Pontífice. El sector viculado al arzobispo alemán Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el antiguo Santo Oficio, ya ha anunciado que no aceptará, por ejemplo, que los casados en segundas nupcias puedan volver a la Iglesia, como el comprensivo Francisco ha dejado entrever en alguna de sus intervenciones.