En ausencia de razones para armar celebraciones deportivas, el zaragocismo contemporáneo se tiene que conformar con festejar noticias económicas, ahora buenas, hace no tanto manifiestamente malas, pero cuya trascendencia nunca pasará de segundo plato. La Sociedad Anónima anunció ayer la modificación del convenio con la Agencia Tributaria mediante el pago anticipado del 20% de las cantidades aplazadas, lo que traducido significa que el nuevo acuerdo flexibilizará de manera sensible los abonos anuales al fisco en Segunda y los elevará ligeramente en caso de ascenso. Es decir, esa soga que el club lleva atada al cuello se desanuda y la tortuosa vida diaria se oxigenará.

Se trata de una noticia estupenda para la SAD, para la supervivencia financiera y, especialmente, para los propietarios del Real Zaragoza, para quienes a título personal estos tres años de camino han estado llenos de espinas económicas, a nivel societario y también para sus bolsillos particulares. La hoja de ruta del verano del 2014 iba por otra senda, pero el fútbol ha conducido el proyecto hasta aquí. Aunque lo sea, el Zaragoza no es una sociedad anónima. Es un símbolo de Aragón que obliga a ingeniar negociaciones como esta y a mantenerlo con vida al coste y con el desgaste que sea. Hasta que un día el ascenso despeje verdaderamente el camino.