Que España fracase en un gran torneo después de haber levantado grandes expectativas no es una novedad. Es lo de siempre. Lo que no parece tan normal es que en un país donde el fútbol es casi una cuestión de Estado nadie asuma las responsabilidades que le corresponden. Empezando por los jugadores, en muchos casos sobrevalorados deportiva y económicamente, y siguiendo por el seleccionador y el presidente de la federación española, Angel María Villar.

Lejos de seguir ejemplos como el de Rijkaard, que dimitió como seleccionador de Holanda tras caer en las semifinales de la última Eurocopa, Sáez pretende seguir con la complicidad de Villar. Su renovación hasta el 2006, confirmada antes de su primer gran examen en la Eurocopa, es una clara demostración de la falta de criterio que rige en la federación, en la que ni siquiera hay una oposición de la que se pueda esperar un cambio real. Sáez parece seguir el ejemplo de Villar, que tampoco ha tenido la dignidad de dimitir hasta que se aclaren las denuncias de corrupción. Quizá sería hora de que el Consejo Superior de Deportes, tan sensibilizado en el tema de las selecciones que reclaman el reconocimiento internacional, interviniera.