Una de las ciudades españolas más fascinantes y desconocidas es, sin duda, Melilla. Hoy, y desde hace algunos años, de cíclica actualidad por los "asaltos a la valla" por parte de contingentes subsaharianos que han elegido Melilla como la puerta de un futuro mejor. Para abrirla, desde la esperanza y la desesperación asaltan esa frontera perimetral que cierra al sur la ciudad, confinándola en estrecho espacio.

Al margen de esta amarga contingencia, y del fuerte y permanente contigente de seguridad --Policía, Guardia Civil-- que vela por la seguridad de los ciudadanos melillenses, la capital rifeña tiene un enorme interés sociológico, demográfico, político, arquitectónico (su patrimonio modernista, impulsado por Enrique Nieto, discípulo de Domènech i Montaner, es el segundo en importancia después de Barcelona) y, por supuesto, histórico.

El escritor Lorenzo Silva, que hoy visita Zaragoza, invitado por el festival Aragón Negro, para presentar una antología de relatos policíacos titulada España Negra, explica muy bien y con mucha amenidad el pasado y presente de Melilla en Siete ciudades en África, su libro más reciente, subtitulado Historias del Marruecos español.

Basándose en fuentes clásicas, Silva nos va recordando el pasado fenicio, púnico, mauritano, romano, vándalo, bizantino, visigodo, árabe, andalusí, bereber y, finalmente, tras su conquista por el duque de Medina Sidonia a finales del siglo XV, española. A lo largo de las monarquías de Austrias y Borbones, Melilla siguió rechazando ataques de caudillos árabes, algunos de gran consideración, y resistió también, manteniéndose independiente, el ataque napoleónico. El caudillo rifeño Abd-el Krim la tuvo a su merced tras la derrota de las tropas españolas en Annual, pero no se decidió a atacarla.

Siete ciudades en África repasa asimismo la historia de Ceuta, Larache, Tetuán, Xauen, Nador y Alhucemas, ofreciéndonos una visión de conjunto de nuestra relación con el norte de Marruecos, desde los primeros desembarcos al Protectorado o el alzamiento militar de los africanistas.

Todo, a partir de una cita de Joaquín Costa: "El estrecho de Gibraltar no es un tabique que separa una casa de otra casa; es, al contrario, una puerta abierta para poner en contacto dos habitaciones de una misma casa. Los marroquíes han sido nuestros maestros y les debemos respeto; han sido nuestros hermanos y les debemos amor; han sido nuestras víctimas y les debemos reparación cumplida".