Barcelona Negra terminó ayer con una memorable fiesta en La Barceloneta, en la calle de La Sal, bajo una temperatura primaveral, el aroma de los boquerones fritos saturando el aire y los autores firmando libros a la puerta de la ya mítica librería Negra y Criminal, dirigida, como también la propia semana cultural, por Paco Camarasa.

Un rato antes, en el salón de La Fraternidad, donde realmente no cabía un alma, expuse mi teoría de la creación, a la que he bautizado como el El electroshock de Frankenstein.

Tras la misteriosa implantación de la semilla creadora, volandera en la imaginación, azarosamente procedente de un pensamiento o de un sueño, el primer borrador, con un miembro de aquí, otro de allá, un personaje o carácter de aquí, otro de allá, no será otra cosa que un cadáver de palabras. Una redacción sin alma en un infierno de buenas intenciones.

Cuando el creador, ese nuevo doctor Frankenstein, se incline sobre su criatura --cuando se recoja en la lectura del primer borrador-- necesariamente retrocederá horrorizado ante la informidad que ha llegado a perpetrar llevado de su loca ambición y de su falta de disciplina y rigor. Pero, ¿cómo avanzar hacia la iluminación de la vida artística? ¿De dónde extraer la chispa que activará el sistema nervioso de tan monstruoso engendro?

Mary Shelley quiso que Frankenstein, el doctor, el padre, diese vida al hijo mediante un golpe de electricidad, un electroshock. La única energía que puede insuflar vida a un libro es el espíritu. ¿Es posible eletrochocar el alma? El escritor tomará de nuevo entre sus brazos a su pobre criatura y tratará por todos los medios de inspirarle la ilusión del sentimiento, el pálpito de la emoción, el aliento del misterio, la armonía y el orden. Dedicará cada minuto, cada día y cada noche a mimar sus miembros, sus capítulos y personajes, hasta que un buen día despierte con la sensación de que algo está a punto de ocurrir. El monstruo ha muerto y la novela acaba de nacer.

Más seriamente, defendí la novela negra mediterránea frente a la nórdica. Dentro de unos años pocos se acordarán de esos asesinos y detectives de hielo, pero probablemente Plinio, Carvalho, Jaritos, Montalbano, Petra Delicado, Bevilacqua o Martina de Santo seguirán con nosotros.