El novelista, pero también crítico, pero también investigador científico José Esteban, nos ha hecho un regalo en forma de libro: Los amigos españoles de Oscar Wilde (editorial Reino de Cordelia).

En sus páginas, rebosantes de anécdotas y golpes de humor, de paradojas y excentricidades protagonizadas por Oscar Wilde, hablan sobre él o le recuerdan un puñado de escritores y artistas españoles que le frecuentaron en Londres, en su Dublín natal o en la última y trágica estancia de Wilde en París, donde el genio irlandés buscó refugio tras un escandaloso proceso judicial, su estancia en la cárcel de Reading, acusado de haber pervertido al joven lord Alfred Douglas, y la publicación de su más íntimo memorial: De profundis.

Contemporáneos de Wilde fueron, entre otros, Benito Pérez Galdós, Alejandro Sawa, Pío Baroja y Antonio Machado. Todos ellos dejaron impresiones y comentarios escritos tras sus encuentros con Wilde.

Otras ilustres plumas españolas que no tuvieron oportunidad de conocerle en persona, como Jacinto Benavente o Ramón del Valle--Inclán, hablaron asimismo elogiosamente de él. Igualmente, las generaciones posteriores, con los modernistas a la cabeza, continuarían venerando al autor de Salomé y El retrato de Dorian Gray, entre tantas obras memorables.

Ramón Gómez de la Serna, modernista y wildeano, reprodujo en sus artículos algunos de los adagios que hicieron célebre a Wilde. Por ejemplo, aquel que le hizo a Gide durante una escapada a Argel: Mi problema es que he puesto mi genio en mi vida y sólo mi talento en mi obra.

Los testimonios de los prosistas y articulistas españoles, Gómez Carrillo, Alcalá Galiano, Dorio de Gádex, Zamacois, González Ruano, Margarita Nelken y tantos otros reúnen, entre otras perlas, el anecdotario yanqui de Wilde en su célebre viaje promocional por las capitales de Estados Unidos. En Texas constató que los actores trágicos eran preferentemente reclutados entre delincuentes convictos, que en los salones se rogaba no disparar contra el pianista, que hace lo que puede, y que en esas mismas tabernas, después del espectáculo, y para que las emociones no cesaran, se ahorcaba a algún parroquiano.

Un libro para conocer mejor, y de primeras manos, a un Wilde siempre presente y tan actual como sus aforismos.