Recuerdo que hace algunos años, cuando publiqué mi primera novela con el sello Ediciones B, uno de los editores me dijo: "Aquí la estrella no es John Grisham, Noah Gordon ni James Ellroy. Aquí la estrella es Francisco Ibáñez".

Y tenía razón, porque Ibáñez, con su Mortadelo y Filemón, y otros trabajos, es probablemente el autor español vivo más vendido en el mundo. Sus tebeos y álbunes han dado y dan la vuelta al orbe, y no ahora, sino desde hace ya mucho tiempo. Tanto como su extraordinaria y cómica pareja lleva respirando, conspirando y, sobre todo, haciéndonos reír desde sus viñetas.

En persona, Ibáñez es un hombre entrañable. Un artista de genio, absolutamente entregado a su trabajo con devoción monacal. Artesano antes y siempre, armado por todo bagaje con sus papeles y lápices, dibujo tras dibujo, escena tras escena, historieta tras historieta salen de sus manos con el pan de un horno que nunca se apaga. Y que ciertamente nos alimentan.

En la película de Javier Fesser Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo, que ayer se pre--estrenó con gran éxito en los cines Aragonia, en el marco del Festival de Cine de Zaragoza, la pareja estelar de la animación española brilla bajo los focos del séptimo arte como una destilación pura del arte de su creador.

La clave del éxito de Mortadelo y Filemón reside en muchas claves, comenzando por la excelencia técnica de su dibujante, de su talento narrativo y de su profundo sentido del humor. Que es, mil por mil, español. Humor nuestro, reconocible, no tanto intercambiable. No es humor inglés, surreal, internacional. Es autóctono, como lo son sus referencias.

Y aquí, siempre con sutileza y elegancia, Ibáñez aprovecha para conectarse con la actualidad y dejar caer su lado crítico del lado de la democracia, la razón y el buen gobierno. Ese que, inexistiendo, provoca la aparición de mangantes y mangutas, sanguijuelas y parásitos, chorizos y otros embutidos en trajes de dos mil euros y corbatas más caras que el salario mínimo.

España, probablemente, seguirá siendo como es, picaresca, informal, divertida, ligera y a veces corrupta. No es seguro que mejore, pero sí lo es que Ibáñez, ojalá que por muchos años, continúe ahí para seguir dibujándola y contándola como sólo él sabe hacerlo.