Pese a lo poco, en relación con sus secretarios, que dice cobrar el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se ha apresurado a adelantar que se presentará como candidato del PP a las próximas elecciones.

Un dato, una noticia que no por esperada deja de hacernos pensar. ¿Mal o bien? Pensar, por ejemplo, que hubiese algún otro candidato interno dispuesto a disputarle el sillón, y de ahí la supuesta prisa de don Mariano por postularse sin ni siquiera pasar por unas primarias, para seguir ganando menos que su subsecretario. Luisa Fernanda Rudi ya se ofreció antes que él, asimismo sin examen.

¿Qué hace persistir a a estos veteranos, que andan en política hace treinta años, desde 1984? ¿Vocación, entrega? Puede... Pero algo más, no obstante, un gustirrinín tendrá el poder para sus usuarios, pues prescindir de él no pueden. ¿Da vida y vidilla el poder? Seguramente.

Les citaba el otro día a Chateaubriand a propósito del teatrillo parlamentario, de cómo los diputados se desempeñan como actores, a menudo al servicio de una ópera bufa, y al hilo de esta argumentación no me resisto a recordar al señor de Saint Malo en aquella otra y lúcida cita: "Se ingresa en la carrera pública por la mediocridad y se mantiene uno en ella por la propia superioridad".

¿Rajoy?

Pongamos otro caso menor: los últimos ministros suplentes, el Catalá o el Alonso de turno entran al ejecutivo por su carácter vicario o pragmático, pero si permanecen, si hacen malos a Mato o Gallardón será a causa de su talento o valía. ¿Son la solución al teorema de Chateaubriand? ¿Serán futuro de algo?

En el arco contrario, el nuevo líder socialista, Pedro Sánchez, protagonista o vicario, mediocre o rompedor, está viendo, supongo que con íntima desesperación, cómo el voto de la izquierda se subdivide y fragmenta, dando argumentos al señor D'Hont, el de la ley electoral, para agrupar unos sufragios (los de la de la derecha) y subdividir otros (los de la izquierda). La tragedia del PSOE nace del debate, de la conversación; la del PP, del silencio autoritario. En medio, antes, estaba Adolfo Suárez y ahora quiere sentarse Pablo Iglesias, pero realmente nunca ha habido nadie. ¿Por qué? Porque ese espacio vacío es es de la razón, el de la lógica y la ausencia de sectarismo. El centro mágico que todos quieren ocupar y que, entre las barricadas y la desidia, sigue vacío.