Cuando la Navidad asoma su blanco hocico, el olfato del lector se repliega de placer ante la expectativa de saborear una historia tan dulce e intensa, triste o nostálgica como Cuento de Navidad o tantos otros relatos y capítulos de Charles Dickens.

Este año, uno ya ha tenido la suerte de encontrarse por anticipado con ese regalo literario, en forma de una de las novelas cortas de Anne Perry, Una promesa navideña (Ediciones B).

En este portentoso texto somos trasladados a una pequeña isla de Gales, donde otro de los ayudantes del investigador Monk (uno de los más populares héroes de Anne Perry, con saga propia) recala en busca de un perdido amor. El superintendente Runcurn, protagonista de Una promesa navideña, carece de la inteligencia deductiva y del carisma de Monk, pero, no estando su superior, se verá obligado a resolver el misterioso crimen que al poco de llegar él a la isla se perpetrará entre su comunidad.

Solo ante la investigación y sus muchos peligros, con la mera ayuda de unelemental policía local, Runcurn deberá bucear en las relaciones entre los habitantes de la isla, a fin de averiguar quién había acabado con la vida de la hermosa Olivia, hija del predicador.

Una novela corta de rara intensidad que se lee con el aliento contenido por la mórbida, casi venenosa mezcla de elementos sentimentales y procesales; por el encanto letal que destilan esos paisajes desolados y fríos del archipiélago galés, sus islitas rodeadas de agua dura y fría, unas veces oscura, otras iluminada por una luz ártica, inclemente, que revela engañosamente, como una verdad más engañosa aún, la apariencia de las cosas. Una novela que, si se me permite, podríamos denominar de cottage, un tanto al estilo de Agatha Christie; o quizá, más precisamente, de P. D. James, la maestra británica del género policial recientemente fallecida, con cerca de cien años y otros tantos títulos a sus espaldas.

Novela de amor, pues será este sentimiento, su ausencia o frustración, el motor de la trama, las cartas argumentales están tan magistralmente jugadas como si las hubiera repartido cualquiera de las dos damas que acabo de citar y entre las que Anne Perry, decididamente, encontrará algo más que un hueco cuando su obra literaria, policíaca e histórica, se valore en lo que realmente vale.