No deja de sorprenderme que en cuanto se pone encima de la mesa el Salario Mínimo Vital algunos inmediatamente hablan de fraude. Seguramente los mismos que son tan aficionados a las cuentas en Suiza, a las SICAV, a la ingeniería financiera y a acogerse a las amnistías fiscales diseñadas por ellos mismos o sus amiguetes. Los mismos artistas que no pagan impuestos, que se dedican a reclamar un día sí y otro también rebajas fiscales, cuando no al robo o la malversación en el ámbito político. Dice José Mújica que «los que comen bien piensan que se gasta demasiado en política social». En realidad para ellos la mejor política social es la que no existe. Son los que mantienen que el empleo lo soluciona todo, aunque luego con sus reformas laborales, hagan del empleo algo inestable, precario, mal pagado y sin derechos. Son los que, como la Iglesia católica, aprovechan la ocasión para reclamar un salario familiar que incluye la vuelta de la mujer al hogar para solucionar el problema de la baja natalidad y el cuidado de los mayores, lo mismito que muchas derechas neoliberales plantean desde hace años para reducir el desempleo. Lo que ha aprobado el Gobierno es una prestación que se ocupa de los más vulnerables, de los que en el sistema de protección español están poco protegidos en términos comparativos. Tiene un efecto muy potente sobre la pobreza infantil que presenta tasas insólitamente altas en España. La cobertura de las prestaciones para los más pobres en las CCAA (salvo País Vasco, Navarra y Asturias) era insuficiente. Es una prestación que tiene vocación de ser una ayuda transitoria en un proceso de inclusión y retorno a la normalidad. En las crisis se produce mucha movilidad social descendente y hay gente de clase media que puede encontrarse de un día para otro sin recursos ni ayudas que le rescaten. Usted mismo puede ser un beneficiario. H *Profesor universidad