Por mucho que molesten las campañas institucionales encierran una verdad inevitable, estamos juntos, en el amor o en el odio. En nuestro libre albedrío está elegir a cuál de las dos emociones sucumbimos. En nuestra capacidad crítica encontrar el resorte para escapar de los dogmas dirigidos sobre a quién debemos detestar o como de profunda es la trinchera que nos separa de los otros.

Encontrar un enemigo común al que repudiar además de evitarnos ejercer nuestra propia responsabilidad es la forma más permanente de unión. El amor pasa, pero el odio sobrevive a generaciones. Quienes están tratando de alentarlo saben de su utilidad para crear ejércitos de 'hooligans' imprescindibles en su victoria, pero luego y como siempre, les dejarán solos cuando ya no les sirvan. Y ahí, nos tendremos que volver a reencontrar de uno en uno sin más protección que las debilidades que todos llevamos encima.

El circuito del odio identifica un patrón de actividad cerebral igual al del amor romántico, pero a diferencia de este no implica la pérdida del juicio y del razonamiento. Se construye con maniobras calculadas para la destrucción del otro, no es solo un estallido emocional como el del miedo o el enfado.

Cuanto más consigamos odiarnos, más largo se nos va a hacer el camino de vuelta. Incluso cuando el estallido termina en algunos de los cientos de conflictos civiles que la historia nos recuerda, vuelve el reencuentro, a no ser que hayas sido aniquilado antes. Llega ahora el momento de la resistencia cívica frente a los instigadores. Igual que el virus no se propaga si no ponemos de nuestra parte saltándonos la distancia física, el desprecio no se extiende sin nuestra colaboración. Nos parecía difícil soportar el confinamiento y lo conseguimos. La tarea ahora es más ardua, impermeabilizarnos en medio de severas restricciones al continuo ejercicio de provocación de parte de nuestras élites. Caeremos más de una vez, requiere de una tenacidad en una voluntad ya castigada, pero es la única manera de forzar un viraje en aquellos que esperan sacar rédito político, editorial o empresarial. Si el odio no les es útil buscarán otro medio para alcanzar sus objetivos, y pararemos así el círculo de réplicas y contrarréplicas inagotable. Que clamen en el desierto, mientras nosotros trabajamos para aceptar la discrepancia de opiniones, para expresar la tuya y aceptar la contraria, como recordaba la canciller Merkel la semana pasada. Siguiendo con los eslóganes institucionales, eso sí que nos haría más fuertes.