Ser la reina de la casa está muy bien, pero no sé qué ocurre últimamente que mis sirvientes no me dejan sola ni un momento. Lo que más me gusta del mundo es dormir y dormir, a todas horas, y ahora no hay manera con los niños dándome abrazos (puaajjjj) y haciéndome saltar a cada instante. A los infantes les encanta jugar, ya se sabe, y a mí algún ratillo de vez en cuando también me gusta jugar, de acuerdo, lo admito; pero ahora los pequeñajos nunca se despegan de mis bigotes, qué hartura, por favor. Es un estrés. «Chispa, ven, ven con nosotros, Chispa. ¿Quién es la más guapa? ¿Quién es la más guapa?». Que sí, que ya sé que soy la más hermosa de la casa, cansinos, ya vale de hacer preguntas tontas de las que todos sabemos las respuestas. Estoy de recorrer el pasillo con ellos arriba y abajo hasta las orejas. Además, soy el blanco continuo de sus fotos y de sus vídeos, mucho más que antes. Supongo que es el precio a pagar por ser un animal irresistible, pero esto no hay quien lo aguante, es un suplicio constante. Y los adultos, menos algún momento que otro que salen por la puerta (a comprarme la arena y la comida, seguramente), también están en mis dominios a todas horas. Se me hace extrañísimo. No es ni medio normal.

Antes tenía todas las mañanas la gran cama de matrimonio para mí sola, y ahora están siempre en ella, cuando no es uno es otro. Y qué decir del aseo, ni hacer mis cosas tranquila me dejan, siempre mirándome. Me han comprado unas plantitas nuevas, algo es algo, con las que me entretengo mucho, y me han llenado el salón de juguetes nuevos… pero añoro mi normalidad. Mi deseada soledad. A quien corresponda: que salgan ya, de verdad, que esto es un infierno. Que me dejen vivir, por favor.

*Escritor y cuentacuentos