Ni siquiera hay consenso en el cómo se ha llegado hasta aquí. Y eso que la historia más reciente o las hemerotecas podrían suministrar elementos suficientes que permitieran describir con cierta objetividad esa evolución de acontecimientos hasta llegar a los hechos del 1-O. Los saltos de pantalla se han sucedido con una cadencia implacable, sobre todo en las últimas semanas, y en cada uno de ellos apenas ha existido voluntad y capacidad para echar el balón al suelo y obligarse al diálogo en un intento de evitar el siguiente pantallazo que, por pura inercia, sería más difícil y enconaría más las posiciones. Un pulso en el que han acabado por difuminarse los matices y ha enrocado a unos y otros. En los últimos días, conforme se acercaba la jornada simbólica, casi dejó de existir espacio para el lenguaje y el relato equidistante, mientras las esteladas por territorio catalán y las rojigualdas por el resto del país han ido tomando la voz de discursos irreconciliables. El operativo policial para evitar el referéndum ilegal ha llenado de imágenes impactantes las cadenas de televisión y eso ya no es un pantallazo, es casi un largometraje que tendrá su peso en las interpretaciones que sobre el conflicto alcancen en otros países. Y todo cuenta.

Pues aun siendo desasosegante el contenido de lo ocurrido ayer, quedan horizontes por transitar cuyas consecuencias apenas intuimos. Sin ir más lejos, una hipotética declaración unilateral de independencia. De nuevo, el salto haría palidecer el listón que ayer se creyó insuperable.

*Periodista