José Luis Rodríguez Zapatero ha confirmado, en la primera comparecencia tras la victoria del domingo, el cumplimiento de un punto significativo de su programa electoral: retirar las tropas españolas de Irak el 30 de junio si para esa fecha el control del país no ha pasado de EEUU a la ONU. Nadie puede argumentar que mantener una determinación tomada antes de los atentados del 11-M signifique un signo de debilidad frente al terrorismo. Que las promesas electorales no sean eslóganes sino compromisos firmes con el electorado es más bien una parte esencial del cambio de cultura política que se espera. Rodríguez Zapatero cumpliría lo prometido tanto si retirase las tropas como si las mantuviese bajo mando de las Naciones Unidas. Esta posibilidad, coherente con el multilateralismo en política exterior que ha defendido el PSOE en el Congreso, y con la legalidad internacional, no puede descartarse. Bush, que ve peligrar su reelección, busca ahora la legalidad internacional para facilitar su repliegue. Si algún efecto puede tener la disyuntiva que plantea el próximo Gobierno español es dar más argumentos para que la ONU tome las riendas de la transición iraquí. Eso, y no el seguidismo ciego, sí sería influir en la política internacional.