Se nos ha llenado el país de salvadores. A un lado y otro del Ebro. Unos nos quieren salvar de los fieros leones constitucionalistas. Otros, de las garras del dragón independentista. Salvadores que llaman a la desobediencia como quien anima a ir de excursión. Salvadores sinvergüenzas que ahora sienten vergüenza de lo que han alentado. Salvadores que apelan a la épica mientras millones de personas solo anhelan una prosa que les garantice una vida digna. Salvadores ingenuos y narcisistas que se creen ungidos por la razón absoluta. Salvadores que no saben a quién salvan, solo a sí mismos.

Se nos ha llenado el país de abusones. A un lado y al otro del Ebro. Abusones que primero desprecian y después exigen afectos. Abusones de urnas contra el Estatut, pero que satanizan referéndums. Abusones que, en el Parlament, no solo hurtan los derechos de otros diputados y de los ciudadanos que representan (exactamente, la mitad de la población), sino que también repudian a los funcionarios que les advierten de sus abusos.

Abusones que claman a la democracia mientras exhalan totalitarismo. Abusones que se ríen, que señalan, que denigran a los discrepantes como siempre han hecho los abusones.

Y ahora, salvadores y abusadores, vosotros que os arrogáis tanto poder, tanto orgullo y tantas razones, podéis decirnos cómo se superará la desconfianza que ha nacido entre los ciudadanos. ¿Cómo se sigue adelante sin humillar a la mitad de la población?

*Escritora