Va a leer un párrafo que, si es español auténtico, le subirá la tensión arterial un dígito, aumentará las pulsaciones y le hará secretar adrenalina. Algunos notan cierto calor en el pubis; el patriotismo, provoca orgasmos. Es preferible que lo lea en voz alta. Concéntrese. ¿Está preparado? Ahí va:

«Vamos a volver a hacer grande España. Los ciudadanos de España nos hemos unido en un esfuerzo nacional para reconstruir nuestro país y para devolver nuestras promesas a toda nuestra gente. Vamos a hacer a España fuerte, la vamos a hacer rica, orgullosa, segura y, juntos, la vamos a hacer grande de nuevo. Recuperaremos nuestros trabajos. Recuperaremos nuestras fronteras. Recuperaremos nuestra riqueza. Y recuperaremos nuestros sueños. Los olvidados y olvidadas de nuestro país dejarán de estar olvidados. Nunca volveréis a ser ignorados. A partir de ahora una nueva visión va a gobernar nuestra tierra: España, primero».

Es un extracto del discurso de Trump en la jura de su cargo como presidente de EEUU. Se ha sustituido el nombre de EEUU por el de España. Podría añadir que los españoles construiremos un muro desde Ayamonte hasta Cartagena que pagarán los africanos. Trump utiliza inteligentemente el fervor patriótico para captar voluntades. Sus votantes están satisfechos; ya veremos cuando pasen los años. El recurso patriótico, en el que se especializan los nacionalistas, es usado con diversa intensidad por casi todos políticos. Y casi siempre da resultado porque tenemos tatuado en la memoria de la especie el tribalismo. Durante milenios la tribu nos protegió y nos proporcionó identidad. Edward O. Wilson, en La conquista social de la tierra, sostiene que el instinto de formar grupo y nuestra propensión al etnocentrismo es un hecho incómodo pero cierto. En experimentos sociales, cuando se proyectan imágenes de personas de otra raza, la amígdala, el centro cerebral del miedo y la cólera, se activa inconscientemente.

Si surge un dilema entre la patria y los otros, el patriotismo se impone. A principios del siglo XX los partidos socialistas europeos se reunían en la Segunda Internacional. En las sesiones se alertó sobre la carrera armamentista y la necesidad de estar unidos contra la guerra inminente. Imperaba el espíritu de clase y solidaridad por encima de las divisiones artificiosas de las fronteras. Hasta que se abrió el gran matadero. Cuando estalló la I Guerra Mundial, los obreros corrieron a alistarse para pegar tiros, matar extranjeros y defender a la patria en peligro. Somos así. Pero también hemos evolucionado. Después de miles de enfrentamientos entre tribus o naciones vecinas caminamos hacia los derechos universales. Incluso hemos aceptado que: «Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos». ¿También los de la nación enemiga?

LA PUGNA ENTRE nacionalismo y globalización es la lucha entre el instinto y la inteligencia. Está detrás del atasco de la UE, del brexit y es utilizada por todos los retrógrados. En efecto, fuimos así, pero el sapiens está siempre progresando. Si lo duda lea el sorprendente primer capítulo de Homo Deus, de Noah Harari. Mientras tanto, aún ganarán muchas batallas los salvapatrias independentistas o los salvamundos como Trump.

*Escritor