Hace 39 años la revolución sandinista logró la caída de uno de los dictadores más brutales de América Latina, el nicaragüense Anastasio Somoza, y el mundo saludaba aquella gesta que parecía imposible. Cuatro décadas después, Daniel Ortega, uno de los libertadores de entonces, se ha convertido en otro dictador que impone su ley en el país y recorta derechos. La protesta popular por la deriva dictatorial estalló el pasado mes de abril y desde entonces ha sido reprimida con tal violencia que el número de muertos supera los 350. Lo ha sido no solo por fuerzas policiales y militares, también por grupos paramilitares. Desde su retorno al poder en el año 2007 después de un periodo de alternancia democrática, Ortega ha intentado perpetuarse en el mismo aliándose con los sectores más derechistas del empresariado y de la Iglesia católica. La actual ola de protestas empezó cuando planteó una reforma de la Seguridad Social, en bancarrota, que consistía en un gran aumento de las cotizaciones de empresarios y trabajadores. Ortega retiró la medida, pero la mecha ya estaba encendida y las protestas no han cesado. Somoza había ordenado bombardear la ciudad de Masaya, cerca de la capital, en las postrimerías de su tiranía. En el 39º aniversario de la revolución que lo derrocó, el Ejército ha asaltado ahora aquella ciudad por orden del presidente Ortega.

A la ultraderecha no le gustan los héroes humanistas. Tampoco las personas buenas. Quizá ni siquiera las personas. El ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, ha prohibido a los dos barcos de Open Arms atracar en puerto italiano. «Que se ahorren dinero y tiempo, los puertos italianos los verán en postal», dijo Salvini. A esta bravuconería, el fundador de la oenegé, Òscar Camps, respondió acusando a la Guardia Costera libia (a la que Italia delega las operaciones de salvamento) de la última tragedia: dos mujeres y un niño de 4 años abandonados en un buque hundido. Cuando Open Arms los localizó, solo una mujer vivía. La política de hechos consumados le ha ido bien a Salvini. En su primer plante consiguió que el Aquarius pusiera rumbo a España. Hace apenas una semana acordó con los ministros de Interior de Alemania y Austria reducir «en lo posible a cero» la inmigración ilegal a la UE. También la presidencia temporal de Austria favorece su tesis de la Europa fortaleza. Con el cierre de fronteras como estandarte, la ultraderecha planta batalla a los restos de la socialdemocracia y socava los valores de Europa. Al negar el puerto a los barcos de Open Arms, Salvini quiere librarse de los testigos de la ignominia. No más fotos de naufragios, no más héroes salvando vidas, no más emociones que muevan a la solidaridad. Para imponerse, la Europa de Salvini necesita dejar varada a la Europa de Open Arms.