Cuando se termina de leer El Samaritano , la última novela de Richard Price, con su ambiguo y cenagoso final, uno tiene la impresión de haberse perdido algo.

Pero no se trata, en ningún caso, de una sensación que pueda responder a una lectura vaga o culpable, acelerada o tramposa, sino más bien a una suerte de vacío o ausencia que el autor parece querer legarnos al cabo de su historia. Peripecia literaria, por cierto, que otro consagrado colega, como Elmore Leonard, no ha dudado en calificar de extraordinaria. Como una novela extraordinaria.

Ciertamente, y dando la razón a Leonard (que suele tenerla) El Samaritano contiene algunos elementos excepcionales.

Comenzando por la originalidad del tema elegido, que no es otro que el de la generosidad. Pero no en su acepción de virtud común, casi cardinal, sino entendida como una patológica dadivosidad que llevará al protagonista de la novela, Ray Mitchells, a enfrascarse en curiosas situaciones. Episodios en las que su prodigalidad obrará un efecto aparentemente benéfico en un principio, pero paradójico, o contradictorio, de atenerlo a sus efectos últimos, a la cadena de acontecimientos que su generosidad genera.

Mitchells, el samaritano protagonista, no es, obviamente, el príncipe Miskin, aquel ángel terrenal, puro e idiota, arrojado por el genio de Dostoievski al muladar y a las pasiones de la tierra, pero comparte con él esa especie de imperturbable y estoica fe en la virtud que le domina, y en la redención que gracias a su puesta en práctica puede obtenerse contra los vicios que la generosidad combate: la avaricia, el egoísmo, la crueldad, la falta de solidaridad.

Mitchells es un hombre culto, formado. Profesor de literatura inglesa, escritor, procede de una clase social humilde, a la que, desde la modesta cima de su triunfo, pretende resarcir. ¿Cómo? A través de actos de generosidad, espontáneos, casi anónimos, dirigidos a aquellos seres que se cruzan en su camino agobiados por la indiferencia del destino. Sin saber muy bien por qué, Mitchells comenzará a costear sepelios de indigentes, a financiar absurdos proyectos de jóvenes marginales, a prestar dinero a fondo perdido a las chicas del gueto que despiertan en él ciertos sentimientos, amistad, protección... y esa tiránica entrega, que en su psicología obra como un elemento omnipresente y descompensado, tanto que a veces más parece un vicio que una virtud...

Novelista y guionista de éxito, Price ensaya en esta novela negra la construcción de un tipo sugerente y original, un héroe de los suburbios al que irá edificando sobre sutiles bases psicológicas, arropándolo en todo momento por una galería de personajes que giran a su alrededor como lunas sin órbita.

La irradiación del protagonista no basta para iluminar los resortes de su propia conducta. Mitchells trata de explicarse a sí mismo en su relación con los otros, con los pobres y desheredados de la tierra, pero ninguno le venerará. Y nos queda la imagen de un hombre perseguido por los lobos a los que dio de comer.

*Escritor y periodista