Ha llegado este año San Antón vestido con albo manto de nieve y transparente capa de hielo, portador de níveas y gélidas barbas entre las que se han enredado los intensos fríos del norte, y que -a buen seguro- hará el santo ermitaño desaparecer al calor de las hogueras, iluminando de luz y calor la noche invernal.

Hacía 65 años que en España no se conocía una friolera igual. Ocurrió en febrero de 1956, mes en el que Europa regresó a la Edad de Hielo durante 4 semanas. La máquina del tiempo fue una intensa ola de frío polar que -cual transibeririana línea de ferrocarril- se desplazó, a una altura superior a los 5.000 metros, desde Moscú hasta Lisboa.

La guerra fría (el enfrentamiento de bloques entre los Estados Unidos y la URSS) que surgió tras la Segunda guerra mundial, se convirtió durante aquellos días en un hecho tangible, al menos en cuanto al frío. En aquel mes de febrero de 1956 las temperaturas en España descendieron hasta los 10 grados por debajo de la media, constatándose además como la ola de frío más grande del siglo en Europa, tanto por su duración como intensidad.

“La Hoja del Lunes”, en su edición del 13 de febrero de 1956 anunciaba que se habían helado los ríos Segura y Llobregat, así como la mayoría de ríos que cruzan la región aragonesa. El redactor anotaba “el fenómeno sumamente curioso” de que por los ríos Ebro, Gállego, Huerva y el Canal Imperial, bajaban grandes masas de hielo -a modo de icebergs a la deriva- procedentes de la congelación de sus aguas.

Así mismo, la prensa francesa anunció en sus páginas que el record de frío en Europa se registró en aquel mes de febrero de 1956 en el Pirineo aragonés, concretamente en el lago Marboré, situado a 2.590 metros de altura, con una temperatura de -50º.

Las islas Canarias, que en principio se habían librado del frío y de la nieve de aquella gélida ola, sufrirían sin embargo, el 19 de febrero, el impacto de vientos huracanados acompañados de lluvias torrenciales que afectaron especialmente a Las Palmas de Gran Canaria, dejando a cientos de familias sin hogar, al ser sus casas destrozadas por las riadas.

En cuanto a las heladas de febrero de 1956, llegaron a ser tan intensas que el hielo penetró en la tierra hasta los 20 centímetros, afectando a las raíces y provocando la muerte de miles de árboles. Las pérdidas en los olivares y en la agricultura europea por causa de aquella ola de frío fue de tal magnitud que el presidente Eisenhower dictó una orden especial para que todos los excedentes agrícolas de los Estados Unidos, además de víveres y ropa, fueran destinados de manera gratuita a las naciones de Europa.

Sin embargo, en el invierno de 1954 ya había habido un preludio de aquella pequeña glaciación. Durante el mes de enero de aquel año, las temperaturas en París habían sido tan bajas que muchas personas sin techo murieron por causa del frío. Fue entonces cuando un clérigo francés hasta entonces desconocido, el Abate Pierre (1912-2007, fundador de los Traperos de Emaús) se conmovió ante la muerte de aquellas personas y el 1 de febrero de 1954 lanzó por radio un dramático e histórico llamamiento a la solidaridad. La respuesta de la ciudadanía fue tan inmediata y masiva que a aquel movimiento se le denominó “la insurrección de la bondad”, al tiempo que al Abate Pierre recibía el sobrenombre de “El ángel de los pobres”.

Las nieves de antaño han retornado, al igual que el calor de las hogueras de San Antón, heraldos anunciadores de que la primavera está cada vez más cerca.