San Benito, considerado como el primer legislador de los monjes de Europa, nació en Nursia, ciudad italiana de los montes Sabinos, en torno al año 480, y murió en la también italiana abadía de Montecasino --que él mismo fundó--, en el 547. Perteneciente a una familia patricia, en su adolescencia fue enviado por sus padres a estudiar a Roma; hasta que en torno al año 500 decidió abandonar las aulas de la Ciudad Eterna, "conscientemente ignorante y sabiamente indocto", como de él dirá, años después de su muerte, su biógrafo, el Papa Gregorio Magno (540-604), el primer santo Papa benedictino.

A partir de entonces San Benito decidió llevar en Italia una vida de eremita. Posteriormente, en el año 525, se dirigió al sur de Italia, hacia la región de Campania. Allí, en el excelso monte Casino fundó el monasterio que lleva su nombre, Montecasino.

La abadía de Montecasino fue el lugar en el que el santo de Nursia escribió La Regla de los Monjes (o "Regla de San Benito"), en la que logra conjugar brillantemente el talento del Derecho romano con la tradición oriental de los monjes de Egipto, Palestina y del Asia Menor. San Benito no aspiró con su obra a la originalidad, ni a fundar una nueva Orden, sino tan solo a que sus monasterios (los doce por él establecidos) tuviesen una norma fija de vida en medio de la fluctuación y debilidad legislativa que reinaba en el continente europeo desde la caída, en el año 476 del Imperio de Roma.

Pero la Regla de San Benito nació con una clara vocación universal, siendo, quizás, el hecho histórico más trascendental de toda la Edad Media, al articular, por vez primera, la idea de Europa. El propio Carlomán, tío del Emperador Carlomagno (747-814) fue clérigo de Montecasino, donde murió y fue enterrado. Y es que, precisamente, la Reforma de San Benito, fue a su vez, uno de los ejes en torno a los que Carolus Magnus forjó la estabilidad de Europa, al crear un imperio germánico romano en Europa occidental, que tenía como finalidad rechazar la doble invasión que amenazaba a la cristiandad en Europa: la del Este (daneses, eslavos y avaros) y la del Sur, representada por los musulmanes, quienes desde el año 711, dominaban la práctica totalidad de España.

Asimismo, fue en el convulso y crucial --para el devenir de Europa-- siglo VIII, cuando comenzaron las peregrinaciones jacobeas a Santiago de Compostela. Una ruta de peregrinación que posibilitó la expansión del cristianismo hacia los confines del oeste europeo (Finisterre) y que fue posible, en buena medida, a la unión monástica que San Benito propició con su Reforma legislativa.

De ahí la importancia del Camino de Santiago, cuya ruta de peregrinación fue a su vez la vía a través de la que se consolidó la idea de Europa. Un hecho que no hubiese sido posible sin la determinación política del emperador Carlomagno, y el impulso de la reforma eclesiástica de San Benito. El marco legal monástico por él redactado, fue unánimemente aceptado y su puesta en práctica animó a la fundación de abadías, parroquias, hospitales y hospicios de caridad. Pero también contribuyó a la mejora de las redes viarias transnacionales con el fin de propiciar las peregrinaciones, y con ellas, la actividad comercial entre los distintos reinos de la cristiandad.

Pero San Benito no solo fue reformador de la fe sino también de la razón europea, es decir de los valores sociales que sustentarían desde entonces la conciencia general de los europeos. Y es que para él, al buen cristiano no le basta la fe, ni la oración, pues ambas estarían muertas sin las obras buenas. De ahí su lema: "Ora et labora". --Reza y trabaja--. "Obras, obras", repetirá también en el siglo XVI la mística Santa Teresa de Jesús.

Por todo lo anterior, en 1964, el Papa Pablo VI proclamó a San Benito (cuya festividad se celebra el 11 de julio) patrón de Europa, mientras que el Camino de Santiago --cuya articulación fue posible gracias a la Constitución eclesiástica del santo italiano-- se constituía en Itinerario Cultural Europeo. Así, en palabras de san Juan Pablo II, en su "Carta sobre las peregrinaciones", de 1999: "La peregrinación constituye una invitación a adentrarse en lo infinito, teniendo como meta la llegada a un lugar sagrado que, como tal, permite un encuentro con lo divino en un grado de intensidad mayor del que normalmente se puede apreciar en la inmensidad del Cosmos". Y Europa, es el Camino.

Historiador y periodista