Soldado romano, patrón de los armeros, de los labradores y de los medievales cruzados guerreros, San Jorge contornea su imagen en el cielo y a contraluz la proyecta como sombra protectora sobre la Tierra, guiando con su matizada luz el camino de la Humanidad hacia la salvación.

Con su brillante armadura, revestida de púrpura capa y casco plateado, San Jorge resplandece a lomos de un blanco Pegaso, enarbolando su lanza de oro presto a arrojarla sobre el dragón diamantado que invisiblemente acecha desde las profundidades de la oscuridad arrebatando la vida a los inocentes.

Ruge entonces San Jorge protector apareciendo al galope entre nubes espesas que surgen escalonadamente en masa, desde un cielo que repentinamente ha dejado de ser protector, enrojecido de colérica y sanguinaria ira forjada en las fraguas del fuego.

Clama la Humanidad enteramente unida invocando la ayuda divina desde un temporal cobijo de infinitas capillas blasonadas de pinturas murales en color arco iris. Que los héroes son ahora de carne y hueso, de alma y espíritu, cual el católico Perseo San Jorge, a quien Dios concedió la palma del martirio, acogiéndolo en su celeste imperio, para desde lo más alto velar como valiente soldado por la felicidad de los seres humanos que poblamos la Tierra.

Que los dragones de hoy son los cantos de sirena suspirando por un inexistente caballeresco ideal de mitificada globalización, loco Quijote de lanza en ristre que nada hubiera sido sin el laborioso y razonable Sancho Panza. Que los dragones de hoy son las epidemias que nos han revisitado retornando de un pasado que, cegados por la banalidad del mal, ignorantemente creíamos superado.

Que el caballero San Jorge es ahora todo un ejército dirigido por sanitarios, militares, policías y guardias civiles y del que todos somos soldados; de manera que “E pluribus unum” (a partir de muchos, uno) bien podría ser el lema con el que enfrentarnos como uno al moderno dragón que nos aterroriza.

Tarasca infecta adoptando la forma de un coronavirus que, cual Medusa capaz de convertir en piedra a los hombres con su mirada, ha adquirido el poder de multiplicar las muertes y paralizar la vida en la Tierra.

Mas, afortunadamente, el nuevo San Jorge es también el antiguo Perseo que fue capaz de cortar la cabeza de Medusa y posteriormente salvar a Andrómeda de ser devorada por el monstruo marino Ceto (de donde deriva la palabra “cetáceo” -ballena-) al que, petrificó mostrando, cual salvífica vacuna, la decapitada cabeza de la Gorgona.

Y San Jorge son también las decenas de miles de personas que han fallecido hasta ahora en el mundo (más de veintiuna mil en España a 22 de abril, cuyos nombres y apellidos deberían ser dados a conocer y reconocidos como héroes caídos a quienes por nuestra propia dignidad estamos moralmente obligados a rendir patriótico homenaje) así como sus familiares y amigos, quienes están experimentado el dolor de su pérdida, acrecentado por el de no haberles podido dar siquiera el último adiós.

En esta terrible tragedia, todos somos víctimas y todos estamos llamados a ser héroes. Los de verdad, los cotidianos San Jorge de carne y hueso.

*Historiador y periodista