La festividad de San Juan Bautista (24 de junio) se celebra en una fecha próxima al solsticio de verano (este año el 21 de junio). Una palabra -solsticio- que proviene de las latinas (sol sistere / sol quieto) porque durante este tiempo la elevación cenital del astro rey -que alcanza su punto más alto en este día- parece no cambiar de posición en el cielo. Asimismo, el día del solsticio de verano es el que cuenta con más horas de luz en el hemisferio boreal de la Tierra, y en el que comienza el oscurecimiento progresivo de los días. De manera contraria, el del solsticio de invierno (21 de diciembre), es para nosotros el día más oscuro del año, de manera inversa a cuanto acontece para quienes habitan en el hemisferio austral del globo.

La fecha del solsticio vernal fue probablemente ya conocida (al menos, desde el Neolítico -hace unos 8.000 años-) por los antiguos pueblos y civilizaciones del planeta. Un tiempo que consideraron adecuado para la celebración de grandes fiestas y ritos de adoración solar, destinados a invocar la salud y prosperidad en las familias, la fertilidad de sus ganados y la abundancia y calidad de las cosechas. Y es aquí donde hallan pleno sentido las actuales hogueras de San Juan, la recogida de plantas medicinales en su víspera, los bailes alrededor de mástiles adornados, y las sardinadas y churrascadas populares, propias de la noche de San Juan.

En la antigua Roma, las fiestas solsticiales de verano e invierno estuvieron dedicadas al dios Jano (del latín ianitor / portero), dios de la luz, representado con una cabeza de dos caras (Jano bifronte) mirando cada una en dirección opuesta, en alusión a los tiempos pasado y futuro, y una llave en la mano con la que abría las puertas (januae, en latín), del año. De ahí que el nombre de nuestro actual primer mes del ciclo anual -enero- provenga del latino ianuarius.

Durante la Edad Media el Cristianismo incorporó las manifestaciones paganas solsticiales, y pasó a celebrarlas manteniendo en el calendario litúrgico la dualidad simbólica atribuida al dios Jano. El santo elegido para la ocasión fue San Juan (del hebrero Jahanam / misericordia y alabanza de Dios), en una doble advocación. Por un lado, la festividad de San Juan Bautista (precursor y anunciador de la luz y la palabra de Cristo, a quien bautizó en el río Jordán) se fijó para el 24 de junio -en el solsticio de verano- y la de San Juan Evangelista, apóstol de Jesús, para el 27 de diciembre, a los pocos días del solsticio de invierno.

En una nueva interpretación simbólica, ambos San Juan pasarían ahora a representar las dos esencias de un mismo ser que abren y cierran las puertas del Reino de los Cielos en un ciclo anual con dos mitades. Así, el solsticio invernal introduce la fase luminosa del ciclo (tiempo de alabanza a Dios y esperanza) mientras que el estival inicia su progresivo oscurecimiento (tiempo de implorar a Dios su misericordia). De ahí la frase «Juan ríe, Juan llora», a su vez empleada por el escritor español Max Aub (1903-1972), como título para una de sus novelas ambientada en la Guerra Civil. En suma, la fiesta de San Juan simbolizaría la eterna transición humana en constante camino de perfección, en el momento de franquear la puerta de la luz, símbolo universal de poder divino, creador de la vida y del amor.

*Historiador y periodista