En las elecciones primarias del PSOE, Pedro Sánchez venció rotundamente a Susana Díaz. O lo que es lo mismo, y siguiendo la dialéctica argumental de la campaña, la militancia venció a la dirigencia o aparato. Pero, en mi opinión, fue una victoria un tanto futbolística, donde el equipo con más y mayor entusiasmo de hooligans venció a un adversario con mayor tradición y más conservadurismo. Porque por discurso y proyectos el partido era de empate a cero. El «no es no» de Sánchez frente al «PSOE de siempre» de Díaz fue un espectáculo intelectualmente deprimente.

Pero el caso es que el PSOE tiene un nuevo líder que, como los votantes, aunque menos que los militantes, también tienen su pequeña alma de hooligans, puede darle mejores resultados electorales. Porque no es cierto que el declive electoral socialista comenzase con Sánchez, sino que sucedió con Rubalcaba. Por cierto una de las mejores cabezas del PSOE, pero… el sagrado pueblo decidió que ya había tenido suficiente presencia política y lo jubiló. Lo mandó fuera del mercado, que es donde estamos los jubilados. En el mercado están los mercaderes, que son más jóvenes y algo temerarios.

El título del artículo tiene como referencia al filósofo posiblemente más importante de la primera mitad del siglo XX: Ludwig Wittgenstein, que habiendo llegado a la cima en su primera fase de producción filosófica (Wittgenstein I), en su segunda fase (Wittgenstein II) no titubeó a la hora de tirar por tierra la idea principal de su primera etapa, por excesivamente teórica, pues llegó a la conclusión de que filosofía y vida no iban cada una por su lado, sino que una era reflejo de la otra, y viceversa.

PUES BIEN, Sánchez I, con sus vaivenes mentales y su aventurerismo peligroso, espero que esté enterrado. Y que Sánchez II va a ser totalmente distinto a Sánchez I. Porque, sin duda, habrá reflexionado y aprendido de la fase anterior. Su victoria ha sido una consecuencia de las formas con que fue derrocado, que lo han convertido en un héroe de la militancia, frente al «PSOE de siempre», como Susana Díaz gustaba de autopresentarse. Un análisis en profundidad de la hemeroteca de esos meses constituirá para Sánchez y los suyos un ejercicio imprescindible. Y más todavía en la época de las redes sociales, donde casi todo funciona por eslóganes e ideas muy simples. Ni el populismo que le ha venido tan bien en la campaña de las primarias ni el conservadurismo que él mismo achacaba a su adversaria serán a partir de ahora tarjeta de presentación suficiente. La futbolización de la política seguirá actuando y, electoralmente, las consignas simples y sonoras, propias de una sociedad trivial, van a ser importantes para ganar unas elecciones, pero la acción de gobernar supone una entidad intelectual y política mucho mayor que lo demostrado hasta ahora.

Sánchez II puede venirle muy bien al decaído PSOE en unas próximas elecciones, ya que muchos de los votantes antaño socialistas y actualmente en Podemos o en la abstención (estamos hablando de más de cinco millones) han recibido con esperanza al nuevo líder. Pero, repito, gobernar es otra cosa mucho más compleja. Ha demostrado rebeldía, fuerza mental, dominio de la escena (el físico también ayuda, y mucho) y, sobre todo, representa la imagen de una víctima reconvertida en héroe. Intelectual y políticamente aún no ha demostrado nada, pero tampoco tenemos a muchos premios nobel en la política. El «no es no», consigna simplista a más no poder, ya ha dado su beneficio con una eficacia inversamente proporcional a su entidad discursiva. Los relatos de ambos, el épico-heroico de Sánchez y el continuista de Díaz lo han construido los militantes, a pesar de la ausencia de discurso por ambas partes. La verdad es que el PSOE no ha hecho ninguna gran aportación a la socialdemocracia europea. Ha vivido de factores favorables en su aparición, fundamentalmente tres: salida de la dictadura, Estado de bienestar y Europa. Cuando vino la crisis de 2008 la cagó: comenzó el austericidio, que incluso lo elevó a exigencia constitucional, con sorpresa y alborozo del PP. No cayó en la cuenta de que la quinta potencia de la UE tenía más capacidad de resistencia a las presiones del nuevo modelo neoliberal.

Y ahora viene la hora de la verdad. Humildad (de los vencidos) y generosidad (de los vencedores) debería ser la clave para coser el partido socialista. Por eso, Felipe González (la mejor referencia socialista), una vez más, ha dado ya la nueva consigna: «Hay que arropar a Pedro Sánchez». Que, traducido, significa: hay que estar unidos porque solo así se ganan las elecciones. Luego ya hablaremos. Ahora empieza todo para el PSOE. Se trata de una nueva oportunidad. Ojalá la aproveche.

*Profesor de Filosofía