El virus con corona sigue infectando a más de mil personas diariamente en nuestro país. Está aún ahí, al acecho. La pandemia avanza a un ritmo desbocado en todo el mundo mientras en España, uno de los países que más ha sufrido, se ve la luz al final del túnel.

El presidente Pedro Sánchez no deja de referirse al futuro desconfinamiento con un neolenguaje inédito que marca la incertidumbre de nuestra vida con cada palabra que marca el líder socialista. El vocablo más repetido con insistencia es «nueva normalidad».

Un oxímoron horrible que no significa nada pero se repite constantemente como si fuera un salvoconducto para amortiguar todas las medidas complejas que vendrán. Y es la misma «nueva normalidad» la que carece del criterio más certero para implantarla: la realización de test masivos o de pruebas serológicas.

España necesita un mapa de cómo ha afectado el coronavirus a la población. Sin esto, es evidente que la desescalada carece de todos los parámetros que puedan asegurar su éxito. Si el Gobierno de España no tiene datos fiables, el rebrote de la pandemia --que se apunta al inicio del otoño-- volverá a dejar al país en jaque.

No se puede iniciar algo tan complejo sin una foto fija. Aun cuando se ha desvelado por parte de la OCDE que el Gobierno de España maquilló los resultados de la realización de los test a la población colocándole como uno de los más eficientes. O cuando los sanitarios aún no tienen todo el material necesario para su protección mientras comprueban como siguen falleciendo compañeros suyos.

¿Qué ha cambiado después de seis semanas de confinamiento? Precisamente, poco. La decisión del Gobierno de España de decretar el estado de alarma ha posibilitado el descenso de los contagios por el obligado distanciamiento social. Es evidente que sin contacto social el virus no se propaga.

Pero seguimos en la casilla de salida sin conocer cuántos españoles han sido infectados, si tienen anticuerpos o cómo proteger a nuestros sanitarios. Sin embargo, la desescalada empezará en pocas fechas con una sensación a improvisación indisimulable.

Es más, ni siquiera el Gobierno de España tiene atados los apoyos parlamentarios para ampliar el estado de alarma. Ni el plan de desescalada ha sido consensuado con las comunidades o los ayuntamientos. El mando único está ciego en la realidad del virus mientras rema sin el beneplácito político de la mayoría.