¿Qué está en juego en la batalla del PSOE? ¿Pedro Sánchez, el partido o la socialdemocracia como fórmula para gestionar la nueva sociedad posindustrial? Posiblemente las tres cosas. Las dos primeras ocultan la tercera, que es la más importante a medio plazo. Vayamos por partes.

Pedro Sánchez. Llegó a la secretaría general con la legitimidad que daba haber sido votado por los militantes, pero sin poder dentro del partido. El aparato, la vieja guardia de los tiempos gloriosos de Felipe González, incluida Susana Díaz (que no se había atrevido a competir en las primarias), le vio como una solución manejable y sustituible a su debido tiempo. Pero Sánchez mostró que tenía voluntad y propósito propio. Los resultados de las elecciones del 2015 fueron dramáticos, tanto para él como para el PSOE. No por la pérdida de votos, que fue pequeña (1,4 millones) comparada con la debacle de la vieja guardia en las elecciones anteriores del 2011, en las que Rubalcaba perdió de una tacada 4,3 millones. De hecho, con Sánchez el PSOE aguantó el temido sorpasso de Unidos Podemos. Fue dramático por el dilema político que se le presentó. Incapaz de formar Gobierno por la megalomanía y la expectativa de Pablo Iglesias si se repetían las elecciones, Sánchez tuvo que enfrentarse al dilema de abstenerse en la investidura de Rajoy o volver a las urnas. El comité federal se inhibió. La intención era que se comiese él solo ese marrón. Y que se le atragantase.

El dilema se volvió a presentar seis meses más tarde en las elecciones de junio del 2016. Aguantó de nuevo el sorpasso de Podemos y mantuvo el no es no al PP. Pero en esta ocasión la vieja guardia decidió sustituirle. Volvió a salir a la carretera. Contra todos los pronósticos, ha vuelto a ganar. Mantener el no es no le dio imagen de coherencia. Retorna con la legitimidad del voto, pero ahora con más poder orgánico. Ahora tiene que demostrar que, además de tesón, tiene capacidad para renovar al PSOE sin romperlo.

El PSOE. El Partido Socialista tiene que decidir lo que quiere ser. Si un jarrón chino valioso pero inútil, o un partido de gobierno. La vieja guardia tiene que decidir si acepta facilitar el cambio o va a dedicarse al canibalismo interno. No tengo claro lo que escogerá. Pero una cosa está clara: si el PSOE quiere volver a gobernar, tiene que recuperar al menos tres millones de votantes para superar al PP. ¿De dónde los puede sacar? Desde el 2008 el PSOE ha perdido 5,7 millones. La mayoría se han ido a Unidos Podemos y, en menor medida, a Ciudadanos. ¿Hacia dónde se moverá? ¿Hacia la izquierda, para recuperarlos de Podemos, o hacia el centro, de Ciudadanos? Posiblemente, en el corto plazo mirará hacia la izquierda porque es ahí donde está el caladero más importante y lo que permitirá debilitar a Podemos. El riesgo es que ese desplazamiento responda más a la radicalización de los militantes que a la de los votantes. Si es así, el desplazamiento a la izquierda le hará perder votos de centro en favor de Ciudadanos. Tendrá que elegir entre la fórmula portuguesa de coalición de izquierdas o la liberal-socialdemócrata francesa.

La socialdemocracia. ¿Qué tienen en común las convulsiones políticas europeas? Aparentemente, la emergencia del populismo como la nueva política. Pero populismo lo hay de derechas -en el centro y norte de Europa- y de izquierdas -en el sur y en el Reino Unido-. Lo que sí es una tendencia general es la quiebra de los partidos socialistas, desde Grecia al Reino Unido, pasando por Italia, Austria, Alemania, Holanda o Francia. El PSOE sufre la enfermedad general del socialismo europeo. Pero ¿se trata de la quiebra de los partidos socialistas o de la socialdemocracia? Está por ver. Los partidos van y vienen. Lo que realmente está en juego en Europa es la relevancia de la socialdemocracia para la gestión de la nueva sociedad digital. El triunfo de Emmanuel Macron en Francia nos ha permitido ver que hay un mercado amplio de votos para un programa liberal-socialdemócrata-europeísta.

Pedro Sánchez tendrá que decidir si van hacia esa fórmula francesa o hacia la portuguesa. El tiempo dirá. De momento, hay que reconocerle el coraje de un joven rebelde. Similar al que tuvo Felipe González cuando llevó al PSOE a renunciar al marxismo. H Catedrático de Política Económica