Vuelve la incertidumbre en este inicio de curso tan atípico como no deseado de la misma manera que terminó. El verano tan solo ha sido un espejismo incómodo que no ha satisfecho ni un ápice nuestro deseo de cerrar los ojos esperando que el dramático virus se esfumará.

Sánchez sobre el futuro que le aguarda al país ante la temida segunda ola del virus.

En su dejación de funciones defacto como presidente, Sánchez insiste en contonear su argumentario para trasladar la competencia a las comunidades autónomas que, asfixiadas por la falta de recursos, siguen reclamando en el desierto una concreción jurídica para ser más ágiles en los futuros rebrotes que colapsen su sistema social. O ser más eficaces en la lucha contra el virus.

Lo que sucede es que Sánchez solo les propone la declaración del estado de alarma en sus territorios. O todo o nada. La praxis monclovita no conoce los tonos grises que piden las comunidades. Hasta el mismo Javier Lambán ha insistido: lo que propone Sánchez es la solución más fácil. Touché.

Y entre el batiburrillo de desmanes, también andan rebotados los alcaldes. Lo que le faltaba a Sánchez. Hasta 31 ciudades de signos políticos tan dispares como irreconciliables se rebelan en contra de la decisión del Gobierno que les prohíbe destinar sus ahorros para luchar contra el virus.

Otra situación histórica sin precedentes (capitaneada por el alcalde Jorge Azcón ) para darle la estocada a la pueril gestión del Gobierno. Pero mientras tanto Pedro Sánchez continúa rellenando horas de televisión con el manido lema Salimos más fuertes

Quizá Sánchez sea el único que no se ha enterado de la que se nos viene encima mientras el resto empezamos el mes de septiembre perdidos en el laberinto del virus que nos desespera desde marzo.

¿O es que ya se han despreocupado de contener al virus con rigurosidad para retornar al maniqueísmo político que tanto aplauden al culpabilizar a su rival de la trágica situación pandémica? No hace falta que responda. Esto ya va de quién paga la factura política. H