En una recepción en la que coincidí con la Infanta Elena y sus dos hijos, Felipe Juan, más conocido como Froilán, y Victoria Federica, surgió una anécdota que viene al caso. Ambos llevaban un libro en la mano. Al preguntarles por sus autores me llevé una sorpresa. El de Froilán era de Ana Alcolea; el de Victoria llevaba la firma de Sandra Andrés. Dos brillantes autoras aragonesas, de las que pude hablar con sus jóvenes e ilustres lectores. Puede que sólo sea una anécdota, pero da una idea del relieve de la literatura juvenil en Aragón. Con nombres, además de las citadas, como David Lozano, Begoña Oro, Roberto Malo y un largo etcétera...

Sandra Andrés acaba de publicar una nueva novela, que leo con tanto interés como otras suyas, siempre ambientadas en atmósferas góticas, con lo sobrenatural y el terror presentes, y a menudo con guiños clásicos a personajes o autores míticos, El fantasma de la ópera, Paracelso, H.P. Lovecraft…

La nueva entrega de Sandra Andrés, titulada La llave de Blake, referencia al lector con el mago del romanticismo inglés, William Blake. Pintor, poeta, grabador, ocultista, visionario cuyo genio, poco apreciado en su época, ha ido ganando adeptos hasta situarse en el plano de incontestable admiración general con que se reconoce a los más grandes. Sin duda, artista precursor de lo que podríamos señalar, con Goya, como la modernidad.

La llave de Blake debe su inspiración a algunos de los más famosos motivos emblemáticos del autor inglés, como el Árbol del Cielo o El Dragón Rojo. Sus icónicas figuras y trascendentales mensajes se dan cita en la trama a fin de dotarla de mayor riqueza, vivacidad y misterio.

Pero el éxito de Sandra Andrés no reside tanto en su habilidad para apoyarse en los clásicos del siglo XIX, como en su talento para crear acciones y personajes contemporáneos que nos atrapan por su gran capacidad evocadora, por un lado, y por el riesgo físico y la tensión intelectual a que son sometidos episodio tras episodio. Apariciones, persecuciones, misterios… Las sombras de Internet se confunden con las de las viejas bibliotecas de Manchester, donde transcurre la novela, y los versos de Blake con siniestros mensajes de hackers.

Una lectura gótica y un romántico placer.