Acabo de leer la novela de Clara Usón, El asesino tímido, un libro de los de meter caña, tomando como pretexto el caso de Sandra Mozarovski, una actriz de los años del destape: un bellezón sensual de ojos verdes que murió defenestrada, a los 18 años, desde la terraza de su casa. Nunca quedó claro si se suicidó, pero persistió durante años el runrún de que había sido presunta amante del Rey emérito. Aunque la novela no se circunscribe a la Transición, sí representa una invitación a reflexionar sobre el espejismo de aquellos años y el origen de una monarquía amañada por Franco. El historial de Juan Carlos contaba con ingredientes, incluida la traición al padre, para haberlo convertido en un personaje shakesperiano pero se quedó en una criatura gatopardiana acomodada en la farsa del todo debe cambiar para que nada cambie. Y ahí seguimos: corrupción, judicialización de la política, la eterna componenda. Todo proceso histórico necesita de 25 años para ser cribado por el cedazo de la novela, y ahora viene emergiendo una mirada más afilada sobre aquellos años por parte de los baby boomers (Usón, Marta Sanz, Antonio Orejudo), una generación muy joven para correr delante de los grises y ya vieja para acampar el 15-M. Fuimos los de la movida y el toples, los que dimos la democracia por hecha, los que íbamos a comernos el mundo y no llegamos muy lejos. Al menos, nos cuentan las cosas de otra manera: el milagro español, el de haber pasado de la dictadura a la democracia en lo que dura un pasodoble, se pareció demasiado al retrato de Dorian Gray; el chapapote estaba detrás del espejo. H *Periodista