Cuatro meses largos ha costado el parto del nuevo president de la Generalitat catalana. O, lo que es lo mismo, del presidente del gobierno autónomo de todos los catalanes… eso, por lo menos, es lo que dicen las leyes y el sentido común. Lo que pasa es que no está nada claro que sea así, a juzgar por las palabras del propio Quim Torra en su discurso de investidura y por lo que vamos sabiendo acerca de este personaje, tan desconocido hasta ahora en el resto de España.

O sea que, después de las zozobras que nos hizo vivir a todos el independentismo catalán durante los meses de septiembre y octubre pasados, y de este largo intermedio aderezado por las fugas, los encarcelamientos y la intervención por primera vez de una autonomía mediante el artículo 155 de la Constitución, parece que hay motivos para temer que nos espera una pesadilla todavía peor y que los límites de la irracionalidad -a pesar de los pesares- están aún lejos de haberse alcanzado.

Ha dicho el presidente Rajoy que habrá que juzgar al nuevo president por sus hechos, no por sus palabras o por sus escritos… Pero tendrá que reconocer Rajoy que las palabras y los escritos de Torra constituyen una clara tarjeta de presentación aunque no sean delito. Y la imagen que se desprende de ellos no es que sea preocupante, es que es lo siguiente.

El periodista y escritor catalán, Miquel Jiménez, ex PSC y que al parecer conoce bien a Torra -fue su editor en tres ocasiones y mantuvo amistad con él durante varios años-, lo retrata como independentista a machamartillo, católico a ultranza y «un señor de derechas de toda la vida). Afirma Giménez que «el conflicto catalán no tan solo no va a disminuir, sino que se acrecentará y muchísimo en los próximos meses». En un artículo publicado en el digital Vozpópuli, Giménez asegura también que «se cree con una misión histórica y hará lo que sea, al precio que sea, con tal de llevarla a cabo». Y añade: «Aunque nos lleve a la peor de las pesadillas, que no es otra que un enfrentamiento civil». El panorama que nos dibuja este periodista -que, insisto, parece conocerle bien- no es precisamente tranquilizador.

Y lo peor es que su discurso de investidura no ha hecho sino ratificar esas impresiones. Muy lejos de hacer lo que demandaba la situación (recuperar el autogobier-no suspendido tras la aplicación del 155 y restañar los daños políticos, sociales y económicos que ha sufrido Cataluña durante el sindiós organizado por Puigdemont) lo primero que hace Torra es anunciar que su objetivo es la proclamación de la República Catalana tal y como se anunció en la declaración unilateral de independencia que hizo su predecesor y que el Tribunal Constitucional declaró nula.

Y lo segundo es reconocer a un prófugo de la Justicia como legítimo presidente de la Generalitat, ciscándose en las instituciones catalanas que le han elegido a él y acudiendo, como primera medida, a ponerse a las órdenes del fugado. Mala manera de empezar.

Pero casi resulta más inquietante aún releer los artículos y declaraciones de Torra durante los últimos años, recuperados por los medios de comunicación. Su declarada admiración por Estat Catalá, un grupúsculo independentista violento de los años 30 del siglo pasado, afín al fascismo italiano o al nazismo alemán, y al que muchos consideran el equivalente catalán de Falange Española, da para que se nos pongan los pelos como escarpias. Y sus opiniones acerca de la superioridad genética de los catalanes sobre los españoles podría haberlas suscrito Adolf Hitler sin más que sustituir catalanes por alemanes y españoles por judíos. No quiero ir más allá.

Hay quien dice que los tuits, que también ha prodigado Torra en los últimos tiempos, son cosa de menor importancia. No estoy muy de acuerdo: a mí me parece que la desinhibición que proporcionan las redes sociales hace más creíbles los retratos que sus mensajes nos dejan acerca del autor. Vean, si no, cómo se van correspondiendo las animaladas de Trump con lo que anuncian sus desahogos tuiteros.

Pues bien, Torra nos ha deleitado, entre otras perlas cultivadas, con las siguientes: «Los españoles solo saben expoliar». «Si seguimos aquí algunos años más, corremos el riesgo de acabar tan locos como los mismos españoles». «Vergüenza es una palabra que los españoles hace años que han eliminado de su vocabulario». «Lo que me sorprende es el tono, la mala educación, la pijería española, sensación de inmundicia. Horrible».

¿De verdad cree el señor Rajoy que hay que esperar a los hechos para juzgar a este molt honorable sujeto? ¿De verdad no se ha dado cuenta de que no existe un solo indicio de que vaya a seguir un camino sensato, cercano a ese sentido común del que él habla tanto, y sí demasiados de que Torra va a tirar por la calle de en medio? Lo malo de los hechos es que, cuando se producen, tienen efectos. Imaginen a un ministro del Interior cuyas medidas de prevención contra el delito consistieran exclusivamente en esperar a que se produzcan los crímenes para actuar en consecuencia. Nos parecería un disparate. Cuando se produce un asesinato lo natural es intentar detener al asesino y ponerlo a disposición judicial. Pero el muerto, muerto está. La política que propone Rajoy en este caso es idéntica a la que siguió con Puigdemont y ya sabemos a dónde nos condujo.

Prevenir siempre es mejor que curar, dice la sabiduría popular. Y es también sabido que, cuando un animal tiene plumas como un pato, un pico como el de los patos, nada como los patos y dice cuá, cuá, lo más probable es que sea un pato.

Si la posible solución pasa inexcusablemente por el dialogo, con este Sr. creo que no será posible. Y el punto de inflexión lo veremos este verano, cuando el ex fugado se encuentre en España y haciendo compañía a Junqueras

Así que, para no salirnos de las frases hechas, el presidente del Gobierno español debería empezar a darse cuenta, antes de que los hechos hablen por sí solos, de que hemos salido de la sartén para caer en el fuego.

Y actuar en consecuencia.

*Exdiputado del PSOE