En tiempo electoral, cada cual despliega sus propuestas a toda velocidad. El que tiene el poder puede desplegar hechos, y si no lo hace, malo. El que manda puede echar dinero a la olla hasta el último minuto. El que no tiene el poder ha de echar ideas, proyectos, buenas frases. Lo que pasa que el que no tiene el poder también tiene algo de poder en diversas zonas y administraciones, y ahí se pueden comprobar hasta cierto punto sus hechos, si cumple sus promesas y si esas promesas se han empezado a poner en práctica, a escala, en donde tiene mando. Uno de los peligros de este largo periodo electoletal que ya se empalma con el del año pasado es que los ciudadanos, ante el bombardeo, optemos por cerrar los receptores. No los electrodomésticos, que es imposible, sino los receptores cerebrales, los canales de sodio, los grifos moleculares.

Se ha demostrado que ante un exceso de monserga y trifulca retórica, el receptor se bloquea inconscientemente, como medida sanitaria. Esto lo aplicamos a la publicidad, que es la madre de todas las redundancias, de manera que estamos entrenados. Como este mecanismo higiénico lo conocen los fontaneros de los candidatos, aplican la fórmula del machaqueo universal, de manera que a fuerza de insistir siempre hay algún mensaje que acaba por atravesar los filtros y someter al votante. La manera más sencilla de defenderse ante esta avalancha es elegir cuanto antes y olvidarse de todo. Elegir o no elegir, pero ya.

En este ámbito de la descomunicación, el desgaste del gobierno ha sido formidable. Hay varios millones de personas que nada más ver a uno de sus miembros ya cierra todos los poros, o simplemente cambia de canal, de página. No por nada, por simple saturación. En ese sentido la omnipresencia permanente del gobierno en casi todos los medios, que en principio es una ventaja, podría haber creado un problema de fatiga o sordera defensiva. Esto les afecta mucho a Arenas y a Zaplana. Por eso, el abandono de Aznar y el recambio Rajoy puede ser muy inteligente, siempre que se haga efectivo alguna vez. El camino del descenso de carisma iniciado por Aznar puede llegar a su clímax con Rajoy, auténtico experto en no estar. Tras estos años tan intensos, a Rajoy le bastaría con prometer que sólo aparecerá en tv un minuto al mes para triunfar.

*Escritor y periodista