Si tal y como está planteando la dirección de la fábrica de ascensores Schindler de Zaragoza, dentro de tres meses se cierra poniendo fin a 70 años de historia industrial, la capital aragonesa sufrirá otra deslocalización que es letal para la situación económica de toda la comunidad. Porque además de dejar en la calle a 400 personas (de momento el ERE afecta a 119) supone un golpe mortal a una parte importante del PIB industrial de Aragón. Porque para la empresa suiza trabajan unos 60 talleres y empresas de Zaragoza que en marzo dejarán de tener pedidos de la multinacional y esto puede certificar también la desaparición de muchos de ellos.

El impacto es mayor por cuanto el expediente de regulación de empresa no está justificado en las causas económicas sino que obedece a una estrategia (que bien puede cuestionarse) empresarial de desinversión en España y apuesta por otros como Eslovaquia, amén de la propia Suiza. Sindicatos y administración deben estar vigilantes para que el impacto de esta nueva deslocalización sea importante.

Pero sobre todo sirve el caso para ver la transformación que está sufriendo el PIB aragonés. Esta deslocalización junto con el cierre de la central de Andorra o las reducciones industriales que, sobre todo Zaragoza ha vivido en los últimos años, están haciendo perder peso industrial a un territorio que lo ha tenido y mucho. Es verdad que a cambio se ve la implantación de grandes almacenes logísticos o empresas de fuerte impacto ambiental como las del sector de la agroalimentación en el Este de Aragón o cerca del corredor industrial de PSA, o el importante anuncio de la llegada de un gigante tecnológico o grandes firmas de energías renovables. Pero es momento de valorar si no convendría amarrar más la producción industrial que tan buenos resultados ha dado a la economía aragonesa. Y el sector del hierro o la automoción son unos claros ejemplos. Quizá es momento de analizar bien las estrategias.