El que probablemente sea el cuadro más famoso de la historia de la pintura, La Gioconda , de Leonardo Da Vinci , ha inspirado a Dolores García un largo y complejo relato histórico, El secreto de Monna Lisa , que se lee como una especie de intrahistoria del Renacimiento, en su vertiente artística.

Y, también, política y social, pues la figura de Da Vinci, en su enorme dimensión, pareció abarcar todas y cada de las artes y actividades de su época: desde la plástica, donde brilló a la altura de Miguel Angel, Boticelli o Rafael, al arte de la guerra, y recuérdense, si no, sus ingenios bélicos de nuevo cuño, surgidos de su ingeniosa invención, para las huestes de Ludovico el Moro, entre otros gonfalieri , caudillos y reyes a los que sirvió a lo largo de su dilatada existencia.

Uno de los méritos de la autora del libro, Dolores García, y no el menor, descansa en el esfuerzo documental que ha debido llevar a cabo para reconstruir la vida de Leonardo con una minucia casi propia de una biografía. Será el propio genio, en sus últimos momentos, cuando ya lo acecha la parca, quien relate a sus dicípulos y, a través de ellos, a los lectores contemporáneos, los principales jalones de su educación y de su trabajo. Desde su iniciación en el taller de Verrochio, a quien, siendo Leonardo hijo ilegítimo, llegó a considerar como un padre, hasta su amistad con Francesco del Giocondo, un noble y acaudalado comerciante en sedas, con sangre azul, que le perseguiría sin tregua hasta que el maestro accedió al fin a inmortalizar a su joven esposa, la bella y misteriosa Monna Lisa.

Será a ella, a lo largo de los meses que durará la confección de la pintura, a quien Leonardo abrirá su alma, revelándole los pasos de sus creaciones, la célebre técnica del sfumatto , que aplicaría por primera vez en La Ultima Cena , sus estudios sobre el arte de volar, sus investigaciones sobre el cuerpo humano, su visión del gobierno de los hombres, su relación con César Borgia y con la familia Médici, su concepción de la naturaleza y del universo, sus creencias más íntimas.

Hablará Leonardo a Monna Lisa de su madre, Catherina, de sus hermanos, hijos de distintos padres, de su propio y distante progenitor, Piero, y de su imposibilidad de disfrutar del amor de las mujeres. Le contará, con harto dolor, cómo el odiado Buonarotti captó para sus estudio a uno de sus discípulos dilectos, Salai, convirtiéndolo, además, quién sabe, si en su amante, en el inmortal y marmóreo David que se transformaría en el símbolo de la pujante Florencia.

Fruto de esa estrecha relación entre el artista y su modelo se irá fraguando entre ambos una sutil relación, a caballo entre la admiración mutua y el amor, cuyos enigmáticos signos se irán trasladando al cuadro.

Un óleo del que Leonardo no quiso desprenderse en vida, y que contemplaba extasiado, hora tras hora, pues lo consideraba la cúspide de su inspiración, y la fehaciente prueba de que la pintura era capaz de crear el hálito de la vida.

Una novela intensa, interesante, bien ambientada, detallista y rica en simetrías y testimonios secundarios.

*Escritor y periodista