La mala utilización de la palabra convivencia no hace que por más que se repita cambie el significado.

El último ataque a ganado ovino, registrado en Tardienta, pone más gasolina en la hoguera de sentimientos que el lobo está provocando en nuestro país. Sentimientos que en los ganaderos además de rabia e impotencia, provoca pérdidas económicas. El trabajo de años que va en un momento, no hay tranquilidad ni sosiego en nuestras casas ante la amenaza de este depredador.

No podemos tolerar que quien se permite el lujo de coger 4 meses de baja por paternidad pretenda ahora que estemos 24 horas sobre 365 días pendientes de nuestro ganado y además que si se nos presenta el lobo o el oso, seamos respetuosos con ellos. Nos piden que permitamos que destripe nuestros animales, que les saque las crías de dentro, esas que tanto esmero nos han costado y que deben pagar los estudios de nuestros hijos o la letra de la paridera.

Esta mal llamada convivencia no deja de ser un trágala al ganadero, que además de rentable tiene que ser moderno y respetuoso con el medio porque nosotros, los que de verdad cuidamos los montes mientras alimentamos a la sociedad, parece que estamos pasados de moda.

La llegada de los grandes carnívoros a nuestro territorio, como son el oso y el lobo, está favoreciendo que los jóvenes en lugar de emprender o continuar con la actividad familiar en la ganadería extensiva (ovino o vacuno), apuesten por una actividad con menos riesgo como es la ganadería intensiva. Pero resulta que las asociaciones ecologistas, aquellas que defienden la expansión del lobo en territorios donde no es autóctono y la reintroducción del oso en lugares donde había desaparecido hace años, también se posicionan en contra la ganadería intensiva y critican la proliferación de granjas de porcino y cebaderos de vacuno. ¿En qué quedamos? ¿Por cuál modelo optamos?

Los que vivimos de esto, los que salimos con nuestro ganado todos los días al campo, tenemos claro que el lobo y el oso son incompatibles con la ganadería extensiva. Mientras escuchamos a los políticos posicionarse interesadamente, vemos a nuestros animales destripados, a veces muertos y otras muchas agarrándose a la vida mientras agonizan por culpa de un ataque que no tiene otro pretexto que el de matar ya que en la mayoría de los casos estos grandes carnívoros ni siquiera aprovechan el destrozo para alimentarse. Cada animal muerto, herido o traumatizado nos arranca una parte de nuestra ilusión, la que permite seguir manteniendo un oficio ancestral que parece no tiene cabida en estos tiempos tan modernos.

Desde UAGA pensamos que el tiempo de ponerse de perfil ha pasado, la imposible convivencia ha sido una imposición, no una decisión y si el ganadero tiene que acatarla habrá que sentar las bases de quién debe hacerse cargo de los daños que causa la especie protegida.

No podemos permitir que estas decisiones las tomen políticos que no verán un gran carnívoro más allá de los documentales de La 2. No se puede decidir el futuro de un sector sin contar con él, porque actuando así solo se conseguirá que el peligroso descenso de la ganadería extensiva, se transforme en catastrófico.

El lobo es un depredador que mata y seguirá matando. Ataca a nuestro ganado y con ello, da la estocada a nuestros ganaderos, a nuestros alimentos y nuestros pueblos.

*,Responsables del Sector Ovino UAGA