Se puede vivir y abandonar la vida de muchas maneras, tantas como personas transitan por el mundo. Cada una de ellas ha de dejar su legado, un sedimento que perdurará tanto como su memoria, porque la huella de aquellos cuya existencia nos marcó de una u otra forma, es muy profunda, como también puede ser encomiable el talante mostrado a la hora de afrontar los últimos días.

Pau Donés, líder de Jarabe de Palo, desapareció hace un par de semanas; náufrago en las aguas turbulentas del cáncer, nunca perdió la sonrisa en su largo combate por la vida. Más próximo, todavía persiste en los medios el eco de la declaración efectuada por Juan Carlos Unzué, antiguo destacado futbolista y ahora entrenador, el cual afirmaba en rueda de prensa haber fichado por un equipo modesto pero muy comprometido, el de los enfermos de ELA, grave dolencia sin curación ni poco más que un tratamiento apenas paliativo. Juan Carlos quisiera seguir el ejemplo de su madre, cuya fe le permitía trasmutar la desgracia en esperanza.

En el arte, en el deporte, en la vida, hay que tomar el toro por los cuernos y encarar su embestida con bravura; pero, si un único acto de valentía, incluso suprema, está al alcance de muchos, el coraje, la entereza necesaria para sobrellevar una larga prueba sin desmoronarse es algo que muy pocos ostentan. Sin duda, la progresión tan terrible y restrictiva de un trastorno degenerativo como la ELA, exige una actitud todavía más firme y meritoria, propia de marcadas personalidades. Como la de José María Hernández de la Torre, presidente por un breve periodo del Gobierno de Aragón, a la par que alma y fundador del grupo poético Juglarías. Su imborrable recuerdo pervivirá siempre en la Asociación de Amigos del Libro, de la que fue miembro destacadísimo, así como en cuantos le conocimos.

*Escritora