El socio preferente del Gobierno, Pablo Iglesias, ha pedido, está exigiendo día sí, día también, a todas horas, con machacona reiteración, elecciones generales, pero de momento Pedro Sánchez se resiste a convocarlas.

Prefiere al parecer el presidente emplear sus decretos en la gobernanza, siquiera precaria, del país, esperando que finalmente el resto de partidos le apruebe los presupuestos, alguna ley, alguna cosa.

No serán los catalanes, pero, los vascos, quién sabe. Andoni Ortúzar, el jefe peneuvista, de buen año, haciendo aún la digestión del atracón que se pegó a costa de Mariano Rajoy, dice que habrá que pensar, oyes, lo de apoyar a Pedro, no sea que les toque otra vez el gordo. Son distintos, unos de derechas, otros de izquierdas, pero repartir, reparten, y al PNV el dinero le gusta más que las ideas. En el comer y en el cobrar se ponen de acuerdo pronto. A cambio de sus cuatro gatos o cinco votos en el Congreso, al PP ya le sacaron las seis muelas y entretelas, y puede que ahora le arranquen el diente de oro y hasta el decoro a este PSOE necesitado de cariño que nunca hizo ascos a gobernar con la fórmula de merluza a la vasca. Si Anatole France se burlaba de los políticos franceses comparándolos con los pingüinos, los vascos serían más besugos que merluzos, pero con bocas de siluro para los anzuelos presupuestarios.

Medio abandonado por su pinche Pablo Iglesias, la pequeñoburguesa invitación del orondo y sonriente Ortúzar, del estirado y mediocre Urkullu, y del fenicio Aitor Esteban (el cobrador de Madrid) puede reconfortar la soledad de Sánchez, aliviar sus achaques parlamentarios y reducir el número de sus decretos. En la historia de la Transición no hay partido, salvo la CiU de Pujol que, como el PNV, le haya pegado semejantes tirones, o mordiscos al Estado.

Frente a la pizza recalentada de Iglesias, al plato de erizos de Echenique, la tortilla española de Albert o la ratafría de Torra, Sánchez bien podría sentarse a saborear una merluza a la vasca con chiquitos de txacoli, charlando con Andoni, Aitor e Iñigo de lo divino y humano, y luego siesta, pecado y digestión, antes del mal trago de seguir cocinando por decreto.