Trabajar de lunes a jueves y, después, disfrutar un largo fin de semana. Se viene hablando de esta reducción del horario laboral que parece ofrecer grandes ventajas para la gran mayoría de los profesionales, sin que por ello haya de suponer necesariamente un problema para las empresas, en especial cuando algunas de ellas, ante la reducción de actividad, habrán de optar por recortar nóminas, despedir trabajadores o, lo que aún es peor, el cierre definitivo. Si no hay trabajo para todos, ¿por qué no distribuirlo más equitativamente? Cuando se alude a la productividad, suele ser habitual referir que en España se permanece demasiadas horas en el puesto de trabajo, con el contradictorio resultado de un rendimiento que no está a la altura de tan prolongado horario. Sea cual fuere la causa, reducir la cantidad de horas trabajadas debería conllevar su mejor calidad. Otro punto de interés reside en la conciliación de la vida familiar y laboral, ahora que muchos padres y sus hijos han reconquistado el valor del tiempo de ocio en común y las vivencias compartidas. Si además, fuera posible potenciar al máximo el trabajo desde el hogar por medios telemáticos, entraríamos de verdad en una nueva forma de concebir las relaciones laborales y su trascendencia en el entorno familiar. Ello, por supuesto, no supone que todo sean ventajas, tal y como el confinamiento ha puesto en evidencia desencadenando muchos pequeños y grandes conflictos domésticos. A pesar de todo, nos encontramos ante una magnífica oportunidad de mejorar las cosas, aunque vinculada a la imperiosa necesidad de resolver algunas cuestiones pendientes. Por ejemplo, la distribución más justa de las tareas hogareñas, las cuales siguen recayendo mucho más sobre la espalda femenina. La palabra clave no es colaborar, sino compartir. H *Escritora