La Semana Negra de Gijón se mantiene desde hace muchos años como el principal festival literario del mundo al aire libre. Sus cifras de asistencia son imbatibles. Las características de su montaje, librerías y ferias, autores y norias, firmas y restaurantes en un montaje híbrido que ha tenido la virtud de atraer a grandes públicos, son únicas. Además de la fiesta, por la programación. Los mejores autores de novela negra o/y policíaca, terror, literatura fantástica, intriga psicológica y un largo etcétera de los géneros relacionados con el misterio han pasado por las ya legendarias carpas de la Semana Negra.

Hasta hace unos pocos años, su director y alma fue Paco Taibo. Un autor relevante con amplias dotes de organización, y formidable orador. Su apuesta por una novela negra de carácter social, ligada a la realidad, al presente, y a la historia contemporánea de tantos países como los que han participado representados por sus autores ha funcionado, año tras año, como un ejemplo de participación popular y divulgación literaria.

El actual director de la Semana Negra, Ángel de la Calle, ha respetado las señas originarias de identidad y ampliado la programación a nuevas manifestaciones del género matriz en todos sus órdenes, foto- gráfico, gráfico, musical... Debiendo enfrentarse en esta nueva edición a la pandemia de covid—19 con las obligadas restricciones. Entre las que, por fortuna, no ha habido que descontar ayudas municipales porque la alcaldesa de Gijón, la socialista Ana González, con buen criterio, ha mantenido la partida correspondiente. Aportación que otras fuerzas políticas, Vox, Foro Asturias, Partido Popular y Ciudadanos han tratado de limitar o eliminar. De haber triunfado su censura, Gijón se habría quedado sin un festival literario que no sólo lo sitúa en el mapa, sino que, en condiciones normales, sin pandemias, da trabajo a doscientas familias.

Hágase mirar la derecha asturiana —la derecha, en general— el virus que amenaza a eventos culturales que dignifican el oficio de escribir y la libertad creativa. Su enfermiza actitud es más propia de otras épocas y regímenes que de una España sana, libre y plural.