La que hoy acaba ha sido una semana negra para la cohesión del nuevo Gobierno catalán y para las expectativas electorales del PSOE. Ambos desgastes tienen su raíz en el ingenuo error de Carod-Rovira, exconseller en cap, respecto de ETA, en un gesto aprovechado a fondo por el Gobierno y el Partido Popular por la vía de quitarle su verdadera dimensión y mostrarlo como una inducción a que los terroristas maten a más españoles que no sean catalanes.

Este agrio vendaval ha traído cosas. Tras el escándalo de las elecciones en la Comunidad de Madrid, a la opinión pública le regresa la decepción de intuir que, a través de maniobras, la voluntad de los votantes puede llegar a contar menos que la voluntad de quienes tienen poder para mover los hilos sensibles de la sociedad. A partir de lo visto, de como se ha utilizado de forma partidista hasta al terrorismo asesino, predomina el temor a que, de nuevo, la próxima campaña electoral sea más un pulso de descalificaciones y zancadillas que un debate en el que se expongan programas y en el cual los candidatos debatan ante los ciudadanos sus argumentos. La limpieza democrática llegó tarde a este país y se nos ha desgastado rápida y profundamente.